La del Sínodo Arquidiocesano fue -o, mejor dicho, es- una experiencia extraordinaria. Finalizó el “Aula Sinodal”, pero el Sínodo continúa. Nuestro Arzobispo, el padre Carlos Ñáñez, ahora tiene en sus manos las conclusiones propuestas por los miembros sinodales.
Se inicia una nueva etapa de discernimiento y elaboración con una Comisión constituida “ad hoc” que será la encargada de acompañar el seguimiento del cumplimiento de las propuestas.
Está muy vivo en el corazón lo vivido en el Aula Sinodal junto con los otros 220 sinodales. Durante los fines de semana de septiembre y octubre nos congregamos en la Casa de las Hermanas Concepcionistas, en comunidad eclesial, para trabajar en la confección de propuestas, de líneas pastorales que indiquen la dirección hacia dónde el Señor desea que caminemos en los próximos años como Iglesia que peregrina en Córdoba.

Habíamos comenzado a vivir el Aula Sinodal con un retiro realizado en la comunidad de Don Orione, el Cottolengo, lugar simbólico que nos indicó desde dónde queríamos y teníamos que partir: desde las llagas de nuestros hermanos más necesitados. Y también nos reveló la medida de la entrega que requería este evento sinodal: un amor sin medidas.

Monseñor Ñáñez nos invitó entonces a realizar un “pacto” solemne: “No sabemos adónde el Espíritu nos va a guiar; lo vamos a ir reconociendo, discerniendo, pero sea lo que fuere, vamos a permanecer juntos, vamos a caminar unidos”.
Creo que la adhesión y fidelidad a este “pacto” fue lo que nos rescató en algunos momentos para no quedar atrapados en medio de las tormentas de nuestras posturas, anhelos, expectativas.
Siguieron tres fines de semana “de escucha profunda” de las propuestas que realizaron más de la mitad de los miembros sinodales. En esta etapa tuve la impresión de que la Iglesia de Córdoba se desplegaba ante nuestros ojos en toda su potencia de irradiación y testimonio. Hubo intervenciones de laicos, de sacerdotes, de jóvenes y de consagrados. Así de variopinta fueron las propuestas, desde la gente de la Pastoral de la Salud hasta las personas que trabajan en la Pastoral Carcelaria que nos invitaron a una mayor presencia en esos ámbitos que definieron como “lugares de encuentro con el Maestro”.

Desde el mundo de la cultura, pasando por nuestra incidencia en los medios de comunicación, o la vida de las parroquias, siempre interpelándonos, por ejemplo, con qué tipo de catequesis estamos educando a nuestros hijos. En todos los sinodales se percibió algo que nos hizo comunidad: una pasión por la Iglesia, un compromiso de querer llegar a todos… Y una pregunta permanente: ¿Qué es lo que quiere el Señor hoy para nuestra Iglesia en Córdoba?
Un párrafo aparte merecen las intervenciones de los jóvenes. No sólo por su frescura y vitalidad, sino, en particular, por la sinceridad, profundidad y libertad con que se expresaron. Todos nos formularon la invitación a caminar juntos para enfrentar los desafíos que el mundo les presenta y que, muchas veces, no saben de qué manera responder. Con sus intervenciones floreció una nueva esperanza, con la certeza de que en el caminar sinodal está nuestra fortaleza.
Con ese caudal de intervenciones iniciamos dos fines de semana de trabajo en los “círculos menores”. Trabajo fuerte, intenso, donde nos agrupamos por realidades: periferias existenciales; Movimientos y otros ámbitos como “Mujer” y “Familia”, por ejemplo. Allí releímos las mociones, jerarquizamos y reelaboramos una o dos propuestas por grupo que luego fueron sometidas a votación.

Fueron momentos de ofrecer ideas y perderlas para reencontrarlas trasformadas por la mirada en común. Fue un tiempo que no estuvo exento de “cimbronazos” que surgieron desde el desconocimiento de la realidad del otro o de la pasión que, por momentos, nos hizo perder un poco la perspectiva.
Aquí fue fundamental el actualizar nuestro “Sí” al “pacto” de permanecer juntos, que fue nuestro salvavidas. Nadie quiso que algo enturbiase la acción del Espíritu. Por eso creemos que la autociencia eclesial es una de las gracias más reveladoras que hasta el momento nos está donando el Espíritu en este Sínodo.
Ya con las propuestas redactadas “pocas, posibles, realizables” como nos había subrayado el Arzobispo, nos adentramos en el momento de las votaciones. Fueron 35 propuestas puestas a consideración del Aula Sinodal. Algunas fueron “votadas” y otras no, pero no fueron “botadas” (descartadas). Nada se perdió de lo trabajado tanto desde el Documento de Trabajo como de las ulteriores propuestas; todo es capital desde dónde podremos sacar ideas, pistas de trabajo pastoral hasta nuestro próximo Sínodo.
El último fin de semana de octubre realizamos las votaciones finales de entre las 12 propuestas reformuladas por el Equipo de Relatoría. Fueron momentos de mucha oración, adoración al Santísimo, en los que, con humildad, pedimos al Espíritu el don de discernimiento. Y en un clima de expectativa se definieron nueve propuestas que donamos a nuestro Padre Obispo para que las tome en consideración. Fueron nuestros “cinco panes y dos peces” que después Jesús transformará para bien de todos.
Cerramos nuestra Aula con la misma solemnidad y alegría que la iniciamos, solemnidad generada por una honda comunión de nuestro Pastor que nos invitó a “creer en una Iglesia sinodal y a trabajar por la sinodalidad de la Iglesia”. También pidió que lo ayudáramos, porque “la Iglesia no depende exclusivamente del Arzobispo: la Iglesia somos todos -dijo-, tenemos que trabajar juntos, caminar juntos ayudándonos”. Y agregó: “Les pido, de corazón: Ayúdenme para que el testimonio y la Palabra de Jesús resuene en nosotros, en nuestras comunidades y en Córdoba”. Un aplauso cerrado, de minutos, de pie, fue el Sí; la respuesta de todos los miembros sinodales a continuar caminando juntos, y a trabajar juntos en salida para dar respuestas concretas a nuestro pueblo cordobés.
Claudia Vizcarra (Sinodal por la Vicaría de Laicos /
Movimientos y Asociaciones Laicales)