Palabra de vida – Diciembre 2018

 
“Alégrense siempre en el Señor” (Filipenses 4, 4)

El apóstol Pablo le escribe a la comunidad de la ciudad de Filipos, mientras él es objeto de una persecución que lo coloca en grave dificultad. Y sin embargo, aconseja y casi ordena a sus queridos amigos que se alegren siempre.

¿Es posible dirigir tales palabras?

Miremos a nuestro alrededor: si a menudo no encontramos motivos de serenidad, menos de alegría.

Frente a las preocupaciones de la vida, a las injusticias en la sociedad, a las tensiones entre los pueblos es ya un compromiso grande no abatirse, dominarse, no encerrarse en uno mismo.

Y, sin embargo, Pablo nos invita:

“Alégrense siempre en el Señor” (Filipenses 4, 4)

¿Cuál es su secreto?

“Hay una razón -escribía Chiara Lubich– porque, no obstante todas las dificultades, tenemos que estar siempre alegres. La vida cristiana tomada en serio lleva a ello. A través de la alegría, Jesús vive con plenitud dentro de nosotros y con él no podemos no estar alegres. Es él la fuente de la verdadera alegría, porque le da sentido a nuestra vida, nos guía con su luz, nos libra de todo temor frente al pasado y frente a lo que nos espera, nos da fuerza para superar todas las dificultades, tentaciones y pruebas que podamos encontrar”¹.

La alegría del cristiano no es simple optimismo ni la seguridad de un bienestar material; no es la alegría de quien es joven y goza de buena salud. Es más bien fruto del encuentro personal con Dios en lo profundo del corazón.

“Alégrense siempre en el Señor” (Filipenses 4, 4)

Dice también Pablo que de esta alegría nace la capacidad para recibir a los demás con cordialidad y poner nuestro tiempo a disposición de quienes están cerca².

Es más, Pablo en otra ocasión refiere con fuerza la expresión de Jesús: “La felicidad está más en dar que en recibir”³.

Del acompañamiento de Jesús surge también la paz del corazón, la única que puede contagiar a las personas a nuestro alrededor, con su desarmada fuerza.

Recientemente en Siria, no obstante los graves peligros y dificultades de la guerra, un numeroso grupo de jóvenes se reunieron para intercambiar experiencias de un Evangelio vivido y experimentar la alegría del amor recíproco; luego partieron decididos a dar testimonio de que la fraternidad es posible.

Así escribe un participante:

“Se suceden relatos de historias de dolor agudo y de esperanza, de fe heroica en el amor de Dios. Hay quien ha perdido todo y ahora vive con la familia en un campo de refugiados, quien ha visto morir a las personas más queridas. Es fuerte el compromiso de estos jóvenes para generar vida a su alrededor: organizan obras de beneficencia, atrayendo a muchas personas, reconstruyen una escuela y el jardín del centro de un pueblo, nunca terminado por causa de la guerra. Ofrecen apoyo a decenas de familias de prófugos. Florecen en el corazón las palabras de Chiara Lubich: ‘La alegría del cristiano es como un rayo de sol que brilla desde una lágrima, una rosa florecida sobre una mancha de sangre, esencia de amor destilada del dolor… por lo tanto tiene la fuerza apostólica de un resquicio de Paraíso’4. En nuestros hermanos y hermanas de Siria encontramos la pujanza de los primeros cristianos, que en esta tremenda guerra dan testimonio de la confianza y la esperanza en Dios-amor, transmitiéndolas a sus compañeros de viaje. Gracias, Siria, por esta lección de cristianismo vivido”.

Letizia Magri

1. C. Lubich, Las razones de la alegría, en Ciudad Nueva, Buenos Aires, (N.º 264 – diciembre 1987), pág 4-5
2. Cf. Fil 4, 5
3. Hechos 20,35
4. C. Lubich, La alegría, en el Jubileo de los jóvenes, Roma 12 de abril de 1984

Normas(500)