Enrique Bouza

 
Siembra para la vida eterna (14 de octubre de 1921 - 7 de octubre de 2011)

La relación con él comenzaba siendo siempre naturalmente sobrenatural.

De joven participaba en la vida de la parroquia de Nuestra Señora de los Buenos Aires. En ese tiempo había llegado de Catamarca, para realizar una misión, un sacerdote que había conocido a Chiara Lubich y el Movimiento de los Focolares en Italia y al partir dejó la semilla de un grupo de vida evangélica en el cual Enrique se integró. De allí comenzaron a enviarle mensajes a Chiara Lubich pidiendo un focolar hasta que, en 1959, Ginetta Cagliari, una de las primeras compañeras de Chiara, viajó a conocer esa incipiente comunidad dando pie a que en 1961 llegara Lía Brunet a abrir el primer focolar en Argentina. Pocos meses más tarde, Enrique alojaba en su casa a Victorio Sabbione , recién llegado a abrir el primer focolar masculino.

Hacia el final de los años ’70, una grave enfermedad cardiaca lo lleva al borde de la muerte. En un telegrama confía a Chiara: “consciente de la gravedad de mi estado, renuevo con alegría a cada momento la solemne oferta de mi vida, unido en la realidad de la eucaristía, con pleno afecto filial”. Era su consagración como focolarino.

Su característica era la fidelidad, al detalle, a la Voluntad de Dios significada. Se lo advertía en particular en todo lo que tuviera que ver con la vida espiritual, personal y colectiva, como las prácticas de piedad, los instrumentos de la espiritualidad colectiva, los horarios, los encuentros de focolar. “Tenía una perfección casi monacal, que a algunos, más desprolijos, nos llegaba a poner nerviosos –cuenta uno de sus compañeros- . Él, en cambio, nunca se ponía nervioso. de temperamento calmo, reflexivo, parco y con un humor muy fino y agudo, entró a vivir en el focolar a los 50 años (porque antes debía estar con su madre, sola y viuda) y poco a poco se fue soltando, en una continua actitud de aprender con gran humildad. En los últimos tiempos se reía incluso de esas características tan marcadas de su manera de ser.

Una vida espiritual muy profunda, de gran unión con Dios, como se evidenciaba en la comunión de alma. La relación con él comenzaba siendo siempre naturalmente sobrenatural, y sobre esa base se podía luego tratar de cualquier cosa. Una frase que gustaba repetir era “no ser, para ser”, que caracterizaban su bajo perfil, que ocultaba una vida particularmente sólida.

Muy probado en la salud, su larga vida se debe sin duda a la meticulosidad con que observaba todas las indicaciones médicas y al ejercicio físico metódico y constante, que cumplía casi como una liturgia. Al mismo tiempo era de una amabilidad exquisita, alegre, atenta, que contrastaba con su tendencia a concentrarse –de profesión era contador- casi severamente en las en las acciones o tareas que realizaba.

El 7 de octubre de 2011, Enrique Bouza llegaba al cielo, una semana antes de cumplir los 90 años.

La Palabra de Vida que lo había caracterizado era: “El que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la vida eterna” (Gal 6, 8).

Normas(500)