Giorgio Marchetti (a la derecha) con Gino Bonadimani y Aldo Stedile. Foto © CSC Audiovisivi
Cuando estudiaba Medicina en su ciudad natal (Padua), Giorgio conoció a una estudiante trentina que estaba en su Universidad. Era una de las primeras jóvenes que habían comenzado junto con
Chiara Lubich la aventura del Focolar. Giorgio era un dirigente diocesano de la Acción Católica, pero no tuvo reparo en confiarle su continua búsqueda y sus dudas en el plano de la fe y de la doctrina. Un día, mientras una amiga le hablaba del Evangelio, Giorgio le objeta que esas cosas él ya las sabe. “Está bien – le dice- pero usted estas cosas las hace
?”. Giorgio queda sin palabras. Desde entonces, cuenta él mismo, su búsqueda pasa “de los libros a la vida”. Y después de un día transcurrido pensando “en los otros y nunca en mí”, experimenté “una gran alegría”. Decide viajar a Trento para conocer, además de a las primeras focolarinas, también a los primeros
focolarinos y se entera de que Gino Bonadimani, también él de Padua y estudiante de su misma facultad, se está preparando para ser focolarino.
(desde la izquierda) Valeria Ronchetti, Chiara Lubich y Giorgio Marchetti. Foto © CSC Audiovisivi
Éste es un llamado que se abre camino también en el corazón de Giorgio, aunque sigue alimentando dudas sobre la existencia de Dios. En el verano del ’52, durante una de las
primeras Mariápolis en las Dolomitas, abre su alma a Chiara. Y ella, con el Evangelio en la mano, le lee lo que Jesús le dice a Marta en el pasaje de la resurrección de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque esté muerto, vivirá. Tú, ¿crees esto?” (Jn 11, 25-26). «Bien – le dice Chiara-, toma para ti esta
Palabra de Vida: “¿Crees tú esto?” »Y le sugiere que si las dudas vuelven, él debería repetir, como Marta: “Sí Señor, yo creo”. En esa conversación con Chiara, todo se le vuelve claro a Giorgio, todo es simple. Con sorpresa descubre que tiene fe. Y por eso será llamado: Fede.
Cuando se recibió – con honores- Fede entró a formar parte del focolar de Trento. Comienzò trabajando como dentista, una actividad que continuó también cuando se trasladó a Roma. El llamado al servicio militar lo condujo a Florencia, donde pidió permiso para ir a la Misa durante el horario del desayuno. Después de algunos meses, ya eran varios los colegas que participan de la Misa, cada mañana. Aunque hacía el servicio militar, se ocupaba de la comunidad que se estaba formando en Toscana. Hizo lo mismo cuando se trasladó a Trapani. Además de hacer el servicio militar y ser el responsable del Movimiento, empezó a estudiar Filosofía.
En 1961 fue a Recife (Brasil). Desde la ventana del focolar se veía una extensión de
mocambos, chozas muy pobres construidas con madera, chapa y cartón. «Hubiera querido ir a vivir con esa gente – confió enseguida- y hacer algo por ellos, tal vez como médico», en cambio se estaban colocando las bases para el Movimiento que estaba naciendo, a partir del cual, en los futuros decenios, surgirían en Brasil y en todo el mundo, innumerables obras sociales.
En abril del ’64, en Recife, fue ordenado sacerdote. En Navidad del ’64 , Chiara lo llamó a trabajar en la construcción de la ciudadela de
Loppiano, cerca de Florencia. Para Fede, y para la veintena de jóvenes que llegaron de todas partes del mundo a prepararse para la vida de focolar, es una época cargada «de imprevistos, progresos, contratiempos, pero también de carcajadas, de gran alegría; y también de mucha sabiduría, oración y contemplación».
Había sido responsable de la Rama de los focolarinos en1957, lo fue también más adelante hasta el 2000. Una tarea que desarrolló con gran dedicación, haciendo crecer como cristianos y como hombres a generaciones de jóvenes. Él tiene también una particular atención hacia los focolarinos casados, en su específica vocación. Aún estando fuertemente entregado a los demás, Fede no deja de profundizar, dada su marcada disposición al estudio, diversas disciplinas.
Desde el ’95 integra la “Escuela Abbá”, el Centro de estudios interdisciplinario del Movimiento, donde ofrece su aporte de teólogo experto en ética, pero también como filósofo y psicólogo.
En los últimos años, con las dificultades de salud, comienza lo que Fede define como «uno de los períodos más lindos de mi vida, tanto que a menudo me encuentro repitiendo a Jesús: ¡no sabía que la ancianidad pudiese ser una aventura tan hermosa!», caracterizada por una «relación con Jesús cada vez más íntima y profunda». Si alguien le preguntaba cómo se sentía, respondía: «físicamente mal, ¡pero espiritualmente perfecto!»
Fede deja como herencia su fe inquebrantable en Dios y en el carisma de la unidad. En él se puede identificar bien la figura de un sabio y eficaz constructor de una obra de Dios – el
Movimiento de los Focolares-, que él contribuyó a desarrollar y a que la presencia del Movimiento fuese visible en la Iglesia y en el mundo.
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