La guerra è un omicidio in grande, rivestito di una specie di culto sacro, come lo era il sacrificio dei primogeniti al dio Baal : e ciò a motivo del terrore che incute, della retorica onde si veste e degli interessi che implica. Quando l’umanità sarà progredita spiritualmente, la guerra verrà catalogata accanto ai riti cruenti, alle superstizioni della stregoneria e ai fenomeni di barbarie.
Essa sta all’umanità, come la malattia alla salute, come il peccato all’anima : è distruzione e scempio e investe anima e corpo, i singoli e la collettività.
[…]
«Tutte le cose appetiscono la pace», secondo san Tommaso. Difatti tutte appetiscono la vita. Solo i matti e gl’incurabili possono desiderar la morte. E morte è la guerra. Essa non è voluta dal popolo; è voluta da minoranze alle quali la violenza fisica serve per assicurarsi vantaggi economici o, anche, per soddisfare passioni deteriori. Soprattutto oggi, con il costo, i morti e le rovine, la guerra si manifesta una «inutile strage». Strage, e per di più inutile. Una vittoria sulla vita, e che sta divenendo un suicidio dell’umanità.
«Tutte le cose appetiscono la pace», secondo san Tommaso. Difatti tutte appetiscono la vita. Solo i matti e gl’incurabili possono desiderar la morte. E morte è la guerra.
[…] Dicendo che la guerra è una « inutile strage », Benedetto XV diede la definizione più precisa. Il Card. Schuster la definì « un macello di uomini ». Significa regioni intere distrutte, migliaia e migliaia di povera gente senza più nè casa nè averi, ridotti ad errare per la campagna desolata, fintanto che non venga a falciarli di fame o di freddo la morte.
[…] I vantaggi materiali che si possono trarre da una guerra vittoriosa, non riescono mai a compensare i danni che essa importa ; tanto, che si richiedono parecchie generazioni successive per ricostruire stentatamente tutta quella somma di valori spirituali e morali che erano andati distrutti durante un eccesso di frenesie belliche » [1]. […]
L’ingegno umano, destinato a ben altri scopi, ha escogitato e introdotto oggi strumenti di guerra di tale potenza da destare orrore nell’animo di qualunque persona onesta, soprattutto perché non colpiscono soltanto gli eserciti, ma spesso travolgono ancora i privati cittadini, i fanciulli, le donne, i vecchi, i malati, e insieme, gli edifici sacri e i più insigni monumenti di arte ! Chi non inorridisce al pensiero che nuovi cimiteri si aggiungeranno a quelli tanto numerosi del recente conflitto e nuove fumanti rovine di borghi e città accumuleranno altri tristissimi ruderi ? » [2]. […]
La guerra es un homicidio en gran escala, disfrazado de una suerte de culto sagrado, como el sacrificio al dios Baal. Y la razón de ella es el terror que inspira, la retórica tras la que se esconde y los intereses que implica. Cuando la humanidad haya progresado espiritualmente, la guerra será incluida entre los ritos cruentos, las supersticiones de los hechiceros y los fenómenos de barbarie.
La guerra es para la humanidad lo que la enfermedad para la salud, o el pecado para el alma. Es destrucción y vergüenza; ataca al alma y al cuerpo, a los individuos y a la colectividad.
[…]
«Todas las cosas apetecen la paz», según Tomas de Aquino. En efecto, todas apetecen la vida. Solo los locos o los enfermos terminales pueden desear la muerte. Y la guerra es muerte. El pueblo no la quiere; la quieren algunas minorías que con la violencia se aseguran provechos económicos o, también, la satisfacción de las peores pasiones. Más que nunca hoy, los costos, las muertes y la destrucción definen a la guerra como una «masacre inútil». Masacre y, además, inútil. Una victoria de la muerte sobre la vida, verdadero suicidio de la humanidad.
«Todas las cosas apetecen la paz», según Tomas de Aquino. En efecto, todas apetecen la vida. Solo los locos o los enfermos terminales pueden desear la muerte. Y la guerra es muerte.
[…] Benedicto XV dio la definición más precisa al decir que la guerra es una «matanza inútil». El cardenal Schuster la llamó «una matanza de hombres». Significa regiones enteras destruidas, miles y miles de pobres sin hogar ni bienes, obligados a vagar por la desolada campiña hasta que la muerte los selle de hambre o de frío.
[…] Las ventajas materiales que pueden sacarse de una guerra victoriosa nunca llegan a compensar los daños que ésta ocasiona; tanto es así que se requieren varias generaciones sucesivas para reconstruir laboriosamente toda esa suma de valores espirituales y morales que habían sido destruidos durante un exceso de frenesí bélico»[1]. […] […]
“La inteligencia humana, destinada a otras finalidades, ha inventado y puesto en marcha hoy instrumentos de guerra capaces de despertar el horror en el ánimo de toda persona honesta, sobre todo porque no atacan solo ejércitos, sino que a menudo también a poblaciones civiles, niños, mujeres, ancianos, enfermos, además de destruir construcciones sacras y obras de arte. ¿A quién no espanta la idea de que nuevos cementerios se sumen a los ya numerosos del reciente conflicto y que nuevas ruinas humeantes de barrios y ciudades aumenten las destrucciones anteriores?» [2]. […] […]
“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (Mt 5,9)
¿Sabes quiénes son los constructores de paz de los que habla Jesús?
No son los que llamamos pacíficos, que prefieren la tranquilidad, que no soportan las disputas y se manifiestan por naturaleza sus conciliadores pero a menudo revelan un recóndito deseo de no ser disturbados, de no querer tener problemas.
Los constructores de paz no son tampoco esas buenas personas que, fiándose de Dios, no reaccionan cuando son provocadas u ofendidas. Los constructores de paz son los que aman tanto la paz que no temen intervenir en los conflictos para procurársela a los que están en discordia. […]
Puede ser constructor de paz el que la posee en sí mismo.
Es necesario ser constructor de paz antes que nada en el propio comportamiento de cada instante, viviendo de acuerdo con Dios y haciendo su voluntad.
Los constructores de paz se esfuerzan además en crear vínculos, en establecer relaciones entre las personas, aplacando tensiones, desmontando el estado de guerra fría que encuentran en muchos ambientes, en la familia, en el trabajo, en la escuela, en el deporte, entre las naciones, etc. […]
La televisión, la prensa, la radio te dicen cada día que el mundo es un inmenso hospital y las naciones están a menudo tan grandemente enfermas que tendrían extrema necesidad de constructores de paz, para sanar relaciones con frecuencia tensas e insostenibles que representan amenazas de guerra, cuando esta no se ha desatado ya. […]
La paz es un aspecto característico de las relaciones típicamente cristianas que el creyente trata de instaurar con las personas con las que está en contacto o que encuentra ocasionalmente: son relaciones de amor sincero sin falsedad ni engaño, sin ninguna forma de implícita violencia, de rivalidad, de competencia o de egocentrismo.
Trabajar y entablar semejantes relaciones en el mundo es un hecho revolucionario. Las relaciones que, de hecho, normalmente existen en la sociedad, son de un estilo muy diferente y, lamentablemente, permanecen a menudo inmutables.
Jesús sabía que la convivencia humana era así y por eso pidió a sus discípulos dar siempre el primer paso sin esperar la iniciativa o la respuesta del otro, sin pretender la reciprocidad: “Yo les digo: amen a sus enemigos… Si saludan a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario?”. […]
Jesús vino a traer la paz. Todo su mensaje y comportamiento están orientados en este sentido.
Pero precisamente esta relación nueva, establecida con las personas, desenmascara a menudo relaciones sociales falsas, revela la violencia escondida en las relaciones entre las personas.
Al ser humano no le gusta que se descubra esta verdad y existe el riesgo, en casos extremos, que responda con odio y violencia contra el que osa disturbar la convivencia y las estructuras existentes.
A Jesús, portador de la paz, lo mató la violencia del hombre. […] “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
¿Cómo vivirás entonces esta Palabra?
Ante todo difundiendo el amor en el mundo. […] Después intervendrás con prudencia cuando la paz a tu alrededor esté amenazada. Con frecuencia basta escuchar con amor, hasta el fondo, a los adversarios y se encuentra una solución pacífica.
. Y para rebajar tensiones, que pueden nacer entre las personas, un medio que no hay que despreciar es el humor. Dice un texto rabínico: “El reino futuro pertenece a aquellos que bromean con gusto porque son constructores de paz entre las personas que pelean”.
Además no estarás en paz hasta que las relaciones rotas, a menudo por una insignificancia, no se restablezcan.
Tal vez puedas ser constructor de paz haciendo nacer, en cualquier entidad o asociación de la que formas parte, iniciativas específicas, dirigidas a desarrollar una mayor conciencia de la necesidad de la paz. […]
Lo importante es que tú no te detengas viendo pasar los pocos días que tienes a disposición sin hacer algo por tus prójimos, sin prepararte convenientemente a la vida que te espera.
Chiara Lubich
(de Parole di Vita, Opere di Chiara Lubich, Citta Nuova Editrice, Roma 2017, pp. 196-197)
Guerras, baños de sangre, masacres y fuertes polarizaciones, en donde el pacifismo puede volverse divisivo: he aquí la actualidad en la estamos sumergidos.
La figura de Igino Giordani (1894-1980), hombre de paz porque hombre justo y coherente, hoy nos brinda algunas ideas inspiradoras para levantar la mirada y seguir teniendo esperanza, intentando un diálogo allí en donde pareciera imposible, para erosionar ideologías cristalizadas y absolutismos, para construir una sociedad inclusiva y fundar una paz basada en la unidad.
Entre los testimonios más vivos de la cultura de la paz del siglo XX, su pacifismo tiene su origen directamente en el Evangelio: matar a otro hombre significa eliminar a ese ser que está hecho a imagen y semejanza de Dios. Por ello, Giordani anhela la paz, se esfuerza de mil maneras, dialoga con quien sea para conseguir la paz, no da marcha atrás ni siquiera cuando hay que sostener la ratificación del Pacto Atlántico y proporcionar la seguridad y la defensa de Europa y de Italia… Podemos decir que su pacifismo es a 360°, sin hacer excepción de ningún tipo.
Leamos el siguiente texto escrito por él.
«… estalló la Primera Guerra mundial. […] Y explotaron comicios belicistas en las plazas, a los que yo iba para protestar en contra de la guerra; tanto que una vez un personaje que yo estimaba, escuchando mis gritos me advirtió: – ¡Pero usted quiere dejarse matar!…
[…] En el «mayo radiante» de 1915, fui llamado a las armas. […]
¡La trinchera! En ella, de la escuela pasé a la vida, entre los brazos de la muerte con las salvas de los cañones. Lodo, frío y suciedad amortiguaron un amargo descubrimiento: que los soldados eran todos contrarios al homicidio llamado guerra, porque el homicidio era matar al hombre. Todos detestaban la guerra… […] Estábamos en Oslavia, cerca de las ruinas llamadas Pri-Fabrisu: el recuerdo de esa agonía (de “agón” o “agone”) sufrida en esos sitios lo dejé escrito, más tarde, durante los tres años de hospital, en un poema que llevaba como título I volti dei morti (Los rostros de los muertos). Me acuerdo del último verso que decía: “Esta maldición de la guerra” [2]».
Giordani fue herido gravemente, y al volver de la trinchera estuvo tres años en el hospital militar de Milán, con daños irreversibles en una pierna. Por lo tanto, su pacifismo se funda en la experiencia vivida. Actuando luego en la vida política, su objetivo fue siempre el diálogo con todos, incluso con el que tenía un pensamiento opuesto al suyo, pues estaba convencido de que el hombre siempre debe ser bien recibido y comprendido. Nunca se refugió en posiciones absolutas. Así nos cuenta de su discurso en el Parlamento italiano en favor del Pacto Atlántico:
«En la Cámara de Diputados, recuerdo el discurso que pronuncié el 16 de marzo de 1949, […] acerca del Pacto Atlántico, que muchos presentaban solamente en su aspecto de anticomunismo, o sea de equipamiento bélico contra Rusia. […] Dije que toda guerra es un fracaso de los cristianos. “Si el mundo fuera cristiano, no debería haber guerras… […] La guerra –agregué– es un homicidio, un deicidio (asesinato de Dios en su efigie: o sea en el hombre que es su imagen) y un suicidio” [3]».
El discurso de Giordani fue aplaudido por la derecha y por la izquierda. Paciente tejedor de relaciones, puso en claro el valor, muy positivo, de una opción por parte de Italia que podía ser interpretada en favor de la guerra. Giordani estaba bien convencido de que para la paz hay que intentarlo todo, más allá de la posición estratégica de los bandos, y deseaba que la política cristiana estuviera en condiciones de actuar entre las polarizaciones existentes en ese momento, para erigirse en una fuerza de paz.
Escribe en 1953:
«La guerra es un homicidio a la grande, revestido de una especie de culto sagrado […]. La guerra es para la humanidad lo que la enfermedad para la salud, o el pecado para el alma. Es destrucción y vergüenza; ataca al alma y al cuerpo, a los individuos y a la colectividad.
[…] La finalidad puede ser la justicia, la libertad, el honor o el pan; pero los medios producen una tal destrucción de pan, de honor, de libertad y de justicia, más allá de las vidas humanas, entre las cuales mujeres, niños, ancianos, inocentes de todo tipo, que anulan trágicamente la finalidad misma que se había propuesto.
En sustancia, la guerra no sirve para nada, salvo la destrucción de vidas y riquezas[4]».
Pues bien, Giordani nos recuerda que la paz es el resultado de un proyecto de fraternidad entre los pueblos, de solidaridad con los más débiles y de respeto recíproco. Así se construye, hoy también, un mundo más justo.
[1] Igino Giordani, La inutilidad de la guerra, Ciudad Nueva, Buenos Aires. [2] Igino Giordani, Memorias de un cristiano ingenuo, Ciudad Nueva, Buenos Aires. [3]Idem [4] Igino Giordani, La inutilidad de la guerra, Ciudad Nueva, Buenos Aires.
Paz, acogida, valentía, justicia, diálogo, esperanza, solidaridad, juntos, fraternidad, unidad: palabras que expresan nuestro compromiso planetario, fuerte, concreto, que inicia por pequeños gestos cotidianos, para que callen las armas y cesen todos los conflictos, en cada rincón del mundo.