La fraternidad universal

 
Chiara Lubich y su propuesta de fraternidad empezando por uno mismo, construyendo fragmentos de fraternidad.

La fraternidad universal es y ha sido una aspiración profundamente humana, presente – por ejemplo – en almas grandes. Martín Luther King decía: “Tengo un sueño: que un día los hombres (…) se darán cuenta de que han sido creados para vivir juntos como hermanos (…); (y) que la fraternidad (…) será el orden del día de un hombre de negocios y la palabra de orden del hombre de gobierno”[1].

El Mahatma Gandhi, refiriéndose a sí mismo afirmaba: “Mi misión no es, simplemente, la fraternidad de la humanidad india (…) Sino que a través de la realización de la libertad de la India, espero realizar y desarrollar la misión de la fraternidad de los hombres”[2].

La fraternidad universal ha sido también el proyecto de personas que, sin estar inspiradas por motivos religiosos, estaban motivadas por el deseo de hacer el bien a la humanidad.

Cuánto sea central el descubrimiento de la fraternidad lo manifiesta, por ejemplo, un importante acontecimiento histórico que constituye una divisoria de aguas entre dos épocas: la Revolución francesa. En su lema: “libertad, igualdad, fraternidad” sintetiza el gran proyecto político de la modernidad. Un proyecto que en parte se dejó de lado, porque numerosos países, al implantar regímenes democráticos, lograron poner en práctica, de algún modo, la libertad y la igualdad, mientras que la fraternidad fue, en cambio, más anunciada que vivida.

Pero quien sobre todo ha proclamado la fraternidad universal y nos ha dado el modo de realizarla ha sido Jesús. Revelándonos la paternidad de Dios ha derribado los muros que separan a los iguales de los diferentes, a los amigos de los enemigos. Y ha liberado a cada hombre de los vínculos que lo aprisionan, de mil formas de subordinación y de esclavitud, de toda relación injusta, provocando así una auténtica revolución existencial, cultural y política.

Muchas corrientes espirituales, a lo largo de los siglos, han tratado de llevar a cabo esta revolución. Una vida verdaderamente fraterna fue por ejemplo el sueño extraordinario, el proyecto audaz, el programa obstinado de Francisco de Asís y de sus primeros compañeros. Su vida, en efecto, es un ejemplo admirable de fraternidad que junto a todos los hombres y las mujeres abraza también al cosmos con el hermano sol, y la luna y las estrellas…

El instrumento que Jesús nos ha ofrecido para realizar esta fraternidad universal es el amor: un amor grande, un amor nuevo, distinto del que conocemos habitualmente. En efecto, él ha traído a la tierra el estilo de amar del cielo.

Este amor exige que se ame a todos: es decir, no solamente a parientes y amigos.

Pide que se ame al simpático y al antipático, al compatriota y al extranjero, al europeo y al inmigrante, al de la propia Iglesia y al de otra, de la propia religión y de la que es diferente. (…)

Este amor también pide que se ame al enemigo, y que se lo perdone si es que nos hubiera hecho mal. (…) Me estoy refiriendo a un amor que no hace distinciones y toma en consideración a todos aquellos que encontramos a cada momento, directa o indirectamente: a los que están físicamente a nuestro lado, y también a aquellos de los que hablamos o se habla; a los destinatarios del trabajo que nos ocupa día tras día, como a aquellos de quienes sabemos algo por los periódicos o la televisión…

Porque así ama Dios Padre, que manda el sol y la lluvia sobre todos sus hijos, sobre buenos y malos, sobre justos e injustos (cf. Mt.5, 45).

La segunda exigencia de este amor es que seamos los primeros en amar. El amor que Jesús trajo a la tierra es desinteresado; no espera el amor del otro, sino que toma la iniciativa, como Jesús mismo hizo dando la vida por nosotros cuando éramos pecadores, y por lo tanto no amábamos. (…)

El amor que Jesús trajo no es un amor platónico, sentimental, basado en las palabras, es un amor concreto. Exige que se vaya a los hechos. Y esto es posible si nos hacemos todo a todos: enfermos con quien está enfermo; alegres con quien está alegre; preocupados, inseguros, hambrientos, pobres con los demás. Y sintiendo en nosotros lo que los demás sienten, actuar en consecuencia. (…) Jesús en cada uno de ellos espera nuestro amor concreto, eficaz. Él considera hecho a sí mismo el bien o el mal que hacemos a los demás. Cuando habló del juicio final dijo que a los buenos y a los malos repetirá: “A mí me lo hicisteis” (cf Mt. 25,40). (…)

Y cuando este amor es vivido por varias personas, se hace recíproco. Esto es lo que más subraya Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo los he amado” (Jn. 13,34). Es el mandamiento que Él llama suyo y nuevo.

A este amor recíproco no están llamados sólo los individuos, sino también los grupos, los movimientos, las ciudades, las regiones, los estados… Los tiempos actuales exigen que los discípulos de Jesús adquieran una conciencia social del cristianismo. Es más que nunca urgente y necesario que se ame la patria del otro como la propia: Polonia como Hungría, el Reino Unido como España, la República Checa como Eslovaquia… (…)

Este amor, que alcanza su perfección en la reciprocidad, expresa la potencia del cristianismo porque atrae sobre esta tierra la misma presencia de Jesús entre hombres y mujeres. ¿Acaso no dijo Jesús: “Donde dos o tres están unidos en mi nombre yo estoy en medio de ellos?” (Mt. 18,20)?

¿Y esta promesa suya, no es garantía de fraternidad? Si él, el Hermano por excelencia, está con nosotros, ¿cómo podemos dejar de sentirnos hermanos y hermanas los unos de los otros? (…)

El Evangelio vivido (…) produce innumerables frutos, que generan la fraternidad y la alimentan. Restablece la salud de las familias, y así se recompone el tejido social; hace poner los bienes en común, y así quien padece necesidades es ayudado; va al encuentro de todos los prójimos, y así muchos hermanos salen de su aislamiento. Pone en comunión a las generaciones; forma personas nuevas que aman, y llama a hombres y mujeres a una entrega total al servicio más pleno de la sociedad.

Que el Espíritu Santo nos ayude a todos a formar en el mundo, allí donde estamos, porciones de fraternidad cada vez más extendidas, viviendo el amor que Jesús trajo desde el Cielo.


[1] Martín Luther King. Discurso de Nochebuena de 1967

[2] M.Gandhi: Antiguos como las montañas. Milán 1970

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