Marzo 2023

 
«Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y ver-dad» (Ef 5, 8-9).

Pablo escribe a la comunidad de Éfeso, una ciudad grande e imponente en la que había vivido, bautizando y evangelizando.

Probablemente se encuentra en Roma, en prisión, hacia el año 62. Es una situación de sufrimiento, y sin embargo escribe a estos cristianos no para resolver problemas de la comunidad, sino más bien para anunciarles la belleza del designio de Dios sobre la Iglesia naciente.

Recuerda a los efesios que, por el don del bautismo y de la fe, han pasado de «ser tinieblas» a «ser luz», y los anima a comportarse de modo coherente.

Para Pablo, se trata de recorrer un camino, de crecer continuamente en el conocimiento de Dios y de su voluntad de amor, de volver a empezar cada día.

Por eso desea exhortarlos a vivir el día a día de acuerdo con la llamada que han recibido: «ser imitadores del Padre» (cf. Ef 5, 1) como «hijos queridos»: santos, misericordiosos.

«Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad».

También los cristianos del siglo xxi estamos llamados a «ser luz», pero podemos sentirnos inapropiados, condicionados por nuestras limitaciones o arrastrados por circunstancias externas.

¿Cómo caminar con esperanza a pesar de las tinieblas y las incertidumbres que a veces parecen dominarnos?

Pablo sigue alentándonos: la Palabra de Dios hecha vida es la que nos ilumina y nos hace capaces de «brillar como antorchas» (Flp 2, 15) en medio de esta humanidad desorientada.

«Como otro Cristo, cada hombre y cada mujer puede dar su propia aportación […] en todos los campos de la actividad humana: en la ciencia, en el arte, en la política. […] Si acogemos su Palabra sintonizamos cada vez más con sus pensamientos, sus sentimientos y sus enseñanzas. Esta ilumina todas nuestras actividades, endereza y corrige todas las expresiones de vida. […] Nuestro «hombre viejo» siempre está dispuesto a retirarse al ámbito privado, a cultivar sus pequeños intereses personales, a olvidarse de las personas que pasan a su lado, a permanecer indiferente ante el bien común, ante las exigencias de la humanidad que nos rodea. Volvamos, pues, a encender en el corazón la llama del amor y tendremos ojos nuevos con los que mirar alrededor»[1].

«Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad».

La luz del Evangelio vivido por individuos y comunidades lleva esperanza y refuerza los vínculos sociales, incluso cuando calamidades como el covid causan dolor y ahondan las pobrezas.

En plena pandemia, cuenta Jun, una comunidad de Filipinas fue devastada por el fuego y muchas familias lo perdieron todo: «Aunque somos pobres, mi mujer, Flor, y yo teníamos el fuerte deseo de ayudar. Compartí esta situación con el grupo de motociclistas del que formo parte, aunque sabía que estaban sufriendo igual que nosotros. Esto no impidió a mis amigos ponerse manos a la obra; recogimos latas de sardinas, espaguetis, arroz y otros alimentos que llevamos a las víctimas de los incendios.

»A menudo, mi mujer y yo nos desanimamos cuando pensamos en lo que nos reservará el futuro, pero siempre recordamos esa frase del Evangelio que dice: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará” (cf. Mc 8, 35). Aunque no somos ricos, creemos que siempre tenemos algo que compartir por amor a Jesús en el otro, y este amor nos empuja a seguir dando sinceramente y a confiar en el amor de Dios».

Así pues, se trata de dejarse iluminar en lo profundo del corazón. Los buenos frutos de este camino –bondad, justicia y verdad– son gratos a los ojos del Señor y se convierten en testimonio de la vida buena del Evangelio, más que cualquier discurso.

Y no olvidemos el apoyo que recibimos de todos aquellos con quienes compartimos este santo viaje de la vida. El bien que recibimos, el perdón recíproco que experimentamos, la comunión de bienes materiales y espirituales que podemos vivir, son todo ayudas preciosas que nos abren a la esperanza y nos convierten en testigos.

Jesús prometió: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Él, el Resucitado, fuente de nuestra vida cristiana, está siempre con nosotros en la oración común y en el amor recíproco, para calentarnos el corazón e iluminarnos la mente.

Letizia Magri y el equipo de la Palabra de Vida


[1] Cf. C. Lubich, Palabra de vida, septiembre 2005: Ciudad Nueva 423 (9/2005), p. 23.

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