… Y para saber cómo hacer, veamos cómo ha impulsado a comportarse el Espíritu a nuestro Movimiento, que es Obra de María, para hacer de todos una sola cosa, de todos un focolar.
Nosotros, en nuestro Movimiento, hemos recibido también a personas de otras religiones o denominaciones cristianas o alejadas de Dios. A estas personas las amamos como a nosotros mismos; aceptamos con alegría los compromisos que espontáneamente asumen para ser parte integrante de nuestra gran familia: los hacemos participar de nuestro patrimonio espiritual y material. Somos el Movimiento de los Focolares, la Obra de Maria porque están ellos: Sin ellos perderíamos nuestra identidad.
Así tiene que suceder en nuestras familias. Quien está lejos de éste o de cualquier otro ideal cristiano, quien tuviera otras ideas u otra fe, debe ser recibido por nosotros no sólo con un amor humano, sino con un amor sobrenatural.
Es necesario valorizar ese poco que da a la familia, saber poner de relieve las buenas ideas que lo animan, entre las menos buenas; hacerlo participe, dentro de lo posible, de las riquezas espirituales y materiales de la familia. En fin, hacer nuestra parte para amar hasta tal punto a éste o a estos hijos, que ellos, aunque no hayan recibido todavía la luz de la fe, contracambien de alguna manera el amor y la familia se transforme en una expresión del Movimiento, de la Obra de Maria.
Por otra parte, hacer de la familia una pequeña célula de la Obra de Maria o una pequeña iglesia ‑que en su sinónimo significa conformarse precisamente a la familia de Nazareth, aquella familia que vivía, en el modo más concreto y divino, con Jesús presente en medio de ella. Sus miembros, para lograr esta obra de arte, amaban a cada uno de una manera sobrenatural, es decir, por Dios y no para si mismos.