Enero 2014

 
“Jesucristo, único fundamento de la Iglesia” (cf 1Cor. 3,11)

Corría el año 50 cuando Pablo llegó a Corinto, la gran ciudad de Grecia famosa por su importante puerto comercial y exuberante por sus múltiples corrientes de pensamiento. Durante dieciocho meses el apóstol anunció allí el Evangelio y sentó las bases de una floreciente comunidad cristiana. Después de él, otros continuaron la obra de evangelización. Pero los nuevos cristianos corrían el peligro de quedar dependientes de las personas que transmitían el mensaje de Cristo, antes que de Cristo mismo. Surgían así facciones: “yo soy de Pablo”, decían algunos; y otros, siempre haciendo referencia al apóstol preferido: “yo soy de Apolo”, o bien: “yo soy de Pedro”.

Frente a la división que afectaba a la comunidad, Pablo afirma con decisión que los constructores de la Iglesia, a la que compara con un edificio o un templo, pueden ser muchos, pero uno solo es el fundamento, la piedra viva: Jesucristo.

Este mes, recordaremos juntos que Cristo es el único fundamento de los cristianos, y que sólo adhiriendo a Él y viviendo su Evangelio podemos encontrar una unidad plena y visible entre todos.

Fundar nuestra vida en Jesucristo significa ser uno con Él, pensar como Él piensa, querer como Él quiere, vivir como Él ha vivido.

¿Pero cómo radicarnos en Él? ¿Cómo llegar a ser uno con Él?

Poniendo en práctica el Evangelio.

Jesús es el Verbo, es decir la Palabra de Dios encarnada. Y dado que Él es la Palabra que asumió como propia la naturaleza humana, seremos verdaderos cristianos en la medida en que seamos hombres y mujeres capaces de impregnar toda nuestra vida con la Palabra de Dios.

Si vivimos sus palabras, o mejor: si sus palabras viven en nosotros hasta convertirnos en “palabras vivas”, llegaremos a unirnos con Él, a abrazarnos a Él. De manera tal que ya no vive el yo o el nosotros, sino la Palabra en todos. De vivir así aportaremos una contribución a la unidad de todos los cristianos.

Así como el cuerpo respira para vivir, el alma necesita la Palabra de Dios para vivir.

Uno de los primeros frutos es la presencia de Jesús en nosotros y entre nosotros, que provoca un cambio de mentalidad: inyecta en los corazones de todos los mismos sentimientos de Cristo frente a las circunstancias, a las demás personas, a la sociedad.

La Palabra vivida nos libera de los condicionamientos humanos, infunde alegría, paz, simplicidad, plenitud, luz. Y al hacernos adherir a Cristo, nos transforma poco a poco en Él.

Pero hay una Palabra que resume a las demás, y es amar: amar a Dios y al prójimo. Jesús sintetiza en el amor “toda la Ley y los Profetas” (cf. Mt 22, 40).

En efecto, toda Palabra, si bien se expresa en términos humanos y diferentes, es Palabra de Dios; y dado que Dios es Amor, cada Palabra es caridad.

¿Cómo vivirla entonces este mes? ¿Cómo abrazar a Cristo “único fundamento de la Iglesia”? Amando como Él nos enseñó.

“Ama y haz lo que quieras”, dijo san Agustín casi sintetizando la norma de vida evangélica, porque al amar no nos equivocamos y adherimos en plenitud a la voluntad de Dios.

Chiara Lubich

Normas(500)