Mayo 2014

 
“… en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios” (2 Cor 5,20)

En la cruz, con la muerte de su Hijo, Dios nos dio la prueba suprema de su amor. Por medio de la cruz de Cristo nos reconcilió consigo mismo.

Esta verdad fundamental de nuestra fe tiene hoy plena vigencia. Es la revelación que la humanidad entera espera: Dios está cerca de todos con su amor y ama apasionadamente a cada uno. La humanidad tiene necesidad de este anuncio, pero lo podemos proclamar si primero lo hemos anunciado repetidamente a nosotros mismos, hasta sentirnos envueltos por este amor, aún cuando todo hiciera pensar lo contrario.

Pero esta fe en el amor de Dios no puede permanecer encerrada en el interior de cada uno, como bien explica Pablo: Dios nos confió la tarea de conducir a otros a la reconciliación con él (cf 2 Cor 5, 18), encomendando a cada cristiano la gran responsabilidad de dar testimonio del amor de Dios para con sus criaturas.

“… en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios”

Todo nuestro comportamiento debería hacer creíble esta verdad que anunciamos. Jesús dijo claramente que antes de presentar la ofrenda en el altar debemos reconciliarnos con nuestros hermanos si tuvieran algo contra nosotros (cf Mateo 5, 23-24).

Y esto vale antes que nada en nuestras comunidades: familias, grupos, asociaciones, Iglesias. Estamos llamados a derribar todas las barreras que se opongan a la concordia entre las personas y los pueblos.

“En nombre de Cristo” significa “en su lugar”. Haciendo las veces de él, viviendo con él y como él, amémonos como él nos amó, sin limitaciones ni prejuicios, sino abiertos a acoger y apreciar los valores positivos de nuestro prójimo, dispuestos a dar la vida los unos por los otros. Este es el mandamiento por excelencia de Jesús, el distintivo de los cristianos, válido hoy como en los tiempos de los primeros cristianos.

“… en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios”

Vivir esta palabra significa convertirnos en reconciliadores.

Y entonces cada gesto, cada palabra, cada actitud que adoptemos, si está impregnada de amor será como las de Jesús. Como él seremos portadores de alegría y de esperanza, de concordia y de paz, de ese mundo reconciliado con Dios (cf 2 Cor 5, 19) que toda la creación espera.

Chiara Lubich

Normas(500)