Después de un encuentro con amigas con las que meditamos sobre las palabras de Jesús para intentar ponerlas en práctica cotidianamente, tomé el colectivo y me senté del lado del pasillo ya que mi viaje era corto. Subió una señora a la que dejé pasar al lado de la ventanilla, comenzó a comer una factura con dulce y como vi que se estaba manchando le ofrecí una servilleta que siempre llevo en mi cartera. Me agradeció y nos pusimos a conversar. “Le voy a contar lo que me pasa porque necesito desahogarme…” me dijo y así, en el corto trayecto, me contó que por problemas en su casa con sus hijas, había intentado quitarse la vida y me mostró las heridas de su brazo. Como pronto me bajaba le pregunté su nombre y le sugerí que confiara en su “patrona”, como llama a la señora donde trabaja, para que la ayude a buscar a algún psicólogo (como me había dicho que le sugirió). Hace más de 16 años que trabaja en esa casa. Le prometí que rezaría por ella y que mis amigas también lo harían. Se llama Gladys.
Al bajar le di un beso,
le pedí que confiara en Dios
y su sonrisa me acompaña,
pero tomé un compromiso con ella.
Creo que meditar juntas sobre dar la vida por el otro me ayudó a salir de mí, mirar a quien estaba a mi lado y sentir que su dolor era mío, pero que también podía darle el amor que Dios pone en mi corazón.
Amalia
Extraído de www.facebook.com/groups/experienciasquecontagian