Ricitos de Oro un lugar donde se custodia la esperanza.

 
En Salta los jóvenes tomaron la posta para ponerse al servicio de quienes más lo necesitan.

Desde que tomamos contacto con el Merendero “Ricitos de Oro” en agosto de 2018, se ha creado un verdadero vínculo de solidaridad y reciprocidad con los jóvenes del Movimiento de los Focolares de Salta y toda la comunidad de la Obra.

Invitados por el grupo Esperanza Viva asistimos a un evento del día del niño en 2018 organizado por Gregoria Villanueva, a quien conocimos en aquel momento. Allí también nos enteramos de que ella se encargaba de servir cotidianamente la merienda a niños de Villa Floresta, un barrio de la zona este de Salta. Al preguntar por las necesidades de quienes asisten allí se nos presentó la falta de un espacio para clases de apoyo, en el que se requería sobre todo fortalecer las trayectorias escolares de los niños y niñas que muchas veces debían realizar esas tareas solos.

 

La zona en la que se encuentra emplazado el merendero es un barrio popular, de grandes dimensiones, lugar en el que la mayor parte de sus habitantes no cuenta con posibilidades de pagar una maestra particular ni de acompañar a los niños en la elaboración de sus tareas por las extendidas jornadas laborales. Una zona de la ciudad donde los índices de pobreza son muy altos, situación que afecta especialmente a la alimentación de los niños. Es por ello , que desde marzo de este año empezamos a organizar las clases de apoyo en Floresta cada sábado, somos un pequeño grupo compuesto por gen, jóvenes y una focolarina quienes organizados hemos podido sostener un espacio que ha ido creciendo progresivamente.

 

En efecto, motivados por la gran tarea que Gregoria ya llevaba adelante consiguiendo a pulmón los insumos para elaborar creativas y sabrosas meriendas, nos hemos sumado a la tarea solidaria ofreciendo nuestros dones, nuestro ideal, nuestras creencias, nuestras ganas de ir al encuentro de niños y familias.

A lo largo del año el momento de la clase de apoyo se ha transformado en un espacio donde se respira esperanza, donde los niños contagian alegría con sus gestos y elaboraciones, donde los colores se hacen presentes para iluminar realidades difíciles, donde se han sumado adultos para aprender a leer y escribir demostrando que el paso del tiempo no deteriora las ganas de estudiar.

 

Gracias a esta experiencia hemos podido conocer parte de la vida de cada uno de nuestros “alumnos”, nos han abierto sus hogares, sus familias, sus necesidades, sus sueños. De este modo, sus dibujos, operaciones matemáticas resueltas, juegos, cuentos, títeres son el premio para nosotros por haber emprendido una sencilla acción concreta que por obra del amor recíproco se ha multiplicado en acciones solidarias e implicación de otros miembros de la comunidad.

Cerramos así un año en el que hemos dedicado un momento de cada sábado a ir al encuentro de una realidad difícil, pero convencidos de que hemos mejorado juntos muchos metros cuadrados.

Amata, Lucía y Marcelo, desde Salta

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