Quisiera abrazarlos a todos

 
En tiempo de cuarentena. Una directora de escuela de Montevideo en un barrio popular cuenta las múltiples acciones para lograr que los chicos continúen estudiando y ayudar y sostener a sus familias en estos momentos difíciles.

Soy directora de un centro educativo que incluye un colegio de educación inicial y primaria y un proyecto de educación no formal llamado Club de Niños, en convenio con el Estado a través del Instituto del Niños y Adolescente del Uruguay.
En ese proyecto atendemos niños y niñas del colegio y también de las escuelas públicas de la zona que concurren, y gracias al mismo almuerzan y meriendan chicos de 48 familias.
Con la suspensión de las clases, se presentó el problema de la alimentación de esos chicos, ya que el comedor también quedó cerrado, agravado por el hecho que por un inconveniente en las gestiones con en Instituto Nacional de Alimentación (Inda) ya no teníamos posibilidad de comprar alimentos para el mes de marzo.
Pasé muchos nervios, incluso porque las necesidades de esas familias iban en aumento. Comencé a rezar y a confiar más en Dios.
La primera semana la cubrimos con fondos del proyecto -aunque se trataba de un gasto no cubierto y, por lo tanto, más adelante íbamos a tener que reponerlos- mientra yo realizaba gestiones con el Inda, sin respuestas, porque el sistema ya había colapsado. Finalmente, una fundación se hizo cargo de todo hasta que pudo, pero a la tercera semana se me iban acabando las ideas… Pasaba horas al teléfono y enviando correos electrónicos. Por fin pude comunicarme con alguien en el Inda y llegaron recursos para poder repartir canastas de alimentos para por lo menos un mes.
Un día, mientras entregábamos las canastas, aproveché para ayudar a algunas madres a bajar en sus celulares la aplicación que se utiliza para las clases a distancia en esta época de cuarentena.
Al no tenerla no habían accedido a los tutoriales de como ingresar a las aulas virtuales.
Comprobé cuánto tienen que “remarla de atrás” esta gente. Se ven los efectos de la pobreza en las estructuras del pensamiento. Acompañé a esas mamás paso a paso, como si estuviera con los niños. Las mayoría de las madres del proyecto me contaron que entran a las aulas virtuales por el celular, lo cual hace mucho más difícil para sus hijos llegar a las condiciones para poder aprender. Además, ahora se viene el frío, y en las casas de algunos hay goteras y no están bien calefaccionadas. Y, como viven de trabajos día a día, ahora que todo se complicó, si no entregamos las canastas no hay comida. Para aquellos que tenían trabajos formales, en gran cantidad han quedado en seguro de desempleo, de modo que sus ingresos, que ya no eran altos, han disminuído.
Me duele el corazón de pensar lo valientes que son estos niños al tratar de aprender. A veces siento que los abrazaría a todos para cuidarlos de tanta ausencia de amor, de cuidado y bienestar. Cuando digo a todos incluyo a las madres solas, y hasta a los padres violentos -porque muy probablemente no fueron amados ni sostenidos. Falta amor real en este mundo.
Siento que se hace imprescindible volver a la experiencia que Chiara y sus compañeras hicieron en el primer focolar. Este tiempo lo pide: estar en el amor al 100 % , dar todo de nosotros y confiar que nuestro Padre no nos abandona.

Normas(500)