Un Papa que soñó y que nos hizo soñar… ¿soñar qué? Él mismo lo dijo una vez: que «la Iglesia es el Evangelio». No en el sentido de que el Evangelio sea propiedad exclusiva de la Iglesia; sino en el sentido de que Jesús de Nazaret, aquél que fue crucificado fuera del campamento como si fuera un maldito, en cambio Dios Abba lo resucitó de entre los muertos. Y como Hijo primogénito entre muchos hermanos y hermanas, continúa –aquí y ahora– a través de aquellos que se reconocen en su nombre, llevando la buena noticia del Reino de Dios, que ha llegado y está llegando… para todos; empezando por los «últimos», a los que el Evangelio alcanza y, por ello, son a los ojos de Dios: los «primeros». En verdad y no por un modo de decir. Este es el Evangelio que la Iglesia anuncia y contribuye a hacer la historia, en la medida en que se deja transformar por el Evangelio. Como sucedió, desde el principio, con Pedro y Juan cuando, subiendo al templo, se encontraron en la puerta llamada «Hermosa» con el hombre lisiado de nacimiento. Juntos fijaron su mirada en él, que a su vez los miró a los ojos. Y Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, ¡levántate y anda!».
El Evangelio de Jesús y la misión de la Iglesia. Entregarse para levantarse y caminar. Así nos piensa el Padre, así nos quiere y nos acompaña. Jorge Maria Bergoglio ¬con toda la fuerza y la fragilidad de su humanidad, que nos hizo sentirlo hermano– entregó por esto su vida y su servicio como Obispo de Roma. Desde aquella primera aparición en la logia central de San Pedro, cuando se inclinó pidiendo que el Pueblo de Dios invocara una bendición para él, hasta la última, el Domingo de Pascua, cuando con voz débil impartió la bendición de Cristo resucitado, descendiendo luego a la plaza para cruzar su mirada con la de la gente. Su sueño era el de una Iglesia “pobre y de los pobres”. En el espíritu del Vaticano II, que llamó a la Iglesia a volver a su único modelo, Jesús: que “se despojó de sí mismo, haciéndose siervo”.
El nombre que eligió: Francisco, ya dice el alma de lo que quiso hacer, y ante todo ser: un testigo del Evangelio «sine glossa», es decir, sin excusas ni acomodaciones. Porque el Evangelio no es un adorno, ni un parche, ni un analgésico: es anuncio de la verdad y la vida, de alegría, de justicia, de paz y de fraternidad. He aquí el programa de reforma de la Iglesia en Evangelii gaudium, y he aquí los manifiestos de un nuevo humanismo planetario en Laudato sí y Fratelli tutti. He aquí el Jubileo de la misericordia y he aquí el Jubileo de la esperanza. He aquí el documento sobre la fraternidad universal firmado en Abu Dhabi con el gran Imán de Al Ahzar, y he aquí las innumerables ocasiones de encuentro vividas con miembros de diferentes credos y convicciones. He aquí la incansable labor en defensa de los descartados, de los emigrantes, de las víctimas de abusos. He aquí el rechazo categórico de la guerra.
Francisco tenía muy claro que no basta hacer que el Evangelio vuelva a hablar con toda su carga subversiva, en el complejo e incluso contradictorio areópago de nuestro tiempo. Hace falta algo más: porque no solo nos encontramos en una época de cambios, sino que estamos en medio de un cambio de época. Hay que observar con una mirada nueva. Aquella con la que Jesús nos miró y nos mira, desde el Padre. La mirada que, con acentos tiernos y sentidos, describe en su testamento espiritual y teológico, la encíclica Dilexit nos. Es la mirada –sencilla y radical– de amar al prójimo como a sí mismo y de amarse los unos a los otros en una reciprocidad libre, gratuita, hospitalaria, abierta a todos, todos, todos. El proceso sinodal en el que la Iglesia católica ha sido convocada –y, por su parte, todas las demás Iglesias–, muestra el camino a recorrer en este nuestro tercer milenio: más allá de una figura de Iglesia clerical, jerárquica, al masculino… Un camino nuevo porque antiguo como el Evangelio. Un camino nada fácil, costoso y lleno de obstáculos. Pero una gran profecía, confiada a nuestra creativa y tenaz responsabilidad.
¡Gracias Francisco! Tu cuerpo descansará ahora junto a Ella que, como madre, te acompañó paso a paso, en tu santo viaje. Tú, con Ella, desde el seno de Dios, acompáñanos ahora a todos nosotros, en el camino que nos espera.
Con profundo pesar he recibido la noticia del regreso a la casa del Padre de nuestro querido Papa Francisco. Junto con toda la Iglesia, lo entregamos a Dios, llenos de gratitud por el extraordinario ejemplo y el don de amor que ha representado para cada persona y para todos los pueblos.
A lo largo de su pontificado, el Santo Padre ha sido en numerosas ocasiones un pastor cercano y afectuoso también para el Movimiento de los Focolares. Siempre nos ha acogido y orientado para testimoniar el Evangelio con valentía y radicalidad.
De los muchos momentos compartidos con él, no olvidaremos sus palabras dirigidas a la Asamblea General de los Focolares, pronunciadas durante la audiencia que nos concedió en 2021:
“…Permanezcan siempre a la escucha del grito de abandono de Cristo en la cruz, que manifiesta la máxima medida del amor. La gracia que produce es capaz de suscitar en nosotros, débiles y pecadores, respuestas generosas y a veces heroicas; es capaz de transformar los sufrimientos e incluso las tragedias en fuente de luz y esperanza para la humanidad”.
Por último, no puedo dejar de testimoniar el amor y la atención personal que el Papa me brindó, especialmente ante los sufrimientos de mi pueblo en Tierra Santa, así como mi profunda gratitud por haberme invitado a participar en el Sínodo sobre la Sinodalidad, donde él mismo nos abrió las puertas hacia una Iglesia sinodal que ahora comienza a dar sus primeros pasos en todo el mundo.
Junto a todo el Movimiento de los Focolares a nivel mundial, me uno a la oración de la Iglesia universal y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, segura de que Nuestra Señora «Salus Populi Romani», de la que él era tan devoto, lo acogerá en el Cielo con los brazos abiertos.
Querido Papa Francisco, tal vez no lo recuerda, pero nos conocimos el 26 de septiembre de 2014, cuando Ud. recibió en audiencia privada a una delegación del Movimiento de los Focolares. Yo formaba parte de ese grupo, Luciana Scalacci de Abbadia San Salvatore, en representación de las culturas no religiosas que también tienen una casa en los Focolares. Soy una de esas personas que –como me dijo una vez Jesús Morán– “ayudaron a Chiara Lubich a abrir nuevas pistas para el carisma de la unidad”. Soy una persona no creyente que ha recibido mucho del Movimiento.
En ese día extraordinario, tuve el privilegio de intercambiar con Ud. algunas palabras que nunca olvidaré, y que aquí le transmito.
Luciana: «Santidad, cuando Ud. asumió el cargo de obispo de Roma, yo le escribí una carta, aun sabiendo que Ud. no tendría la oportunidad de leerla, por las tantas cartas que recibe, pero para mí era importante hacerle llegar mi afecto y mis buenos deseos, porque yo, Santidad, no me reconozco en ninguna fe religiosa, pero desde hace más de 20 años formo parte del Movimiento de los Focolares, que me devolvió la esperanza de que todavía es posible construir un mundo unido».
Papa: «Rece por mí, o mejor dicho, Ud. que no es creyente, piense en mí con fuerza, piense en mí siempre, lo necesito».
Luciana: «Pero mire, Santidad, que a mi manera yo rezo por usted.».
Papa: «¡Eso! una oración laica y piense en mí con mucha fuerza, lo necesito».
Luciana: «Santidad, ¡buena salud, con coraje, con fuerza! La Iglesia Católica y el mundo tiene necesidad de usted. La Iglesia Católica tiene necesidad de Ud.».
Papa: «Piense en mí con fuerza y rece laicamente por mí».
Ahora, querido Papa Francisco, Ud. está en una cama de hospital, y yo también estoy en las mismas condiciones. Ambos delante de la fragilidad de nuestra humanidad. Quería asegurarle que no dejo de pensar en Ud. y rezar laicamente por Ud. Ud. rece cristianamente por mí. Con afecto,
La presidenta del Movimiento de los Focolares, Margaret Karram, ha enviado al Santo Padre un mensaje en el que le asegura su afectuosa cercanía y ferviente oración.
“Pido a la Virgen que le haga sentir su amor maternal y esa ternura que usted siempre nos recomienda tener por el bien de cada prójimo y de cada pueblo”, escribió la Presidenta.
“Infinitamente agradecidos por su vida completamente entregada a Dios y al bien de la humanidad” –añade– “le envío el abrazo de todo el Movimiento de los Focolares en el mundo, que constantemente reza y ofrece por usted”.
“Siembren ante todo el Evangelio que es buena noticia, para ser creíbles en un tiempo desgarrado por las discordias y los conflictos, donde la paz parece ya un sueño inalcanzable”. Una invitación fuerte que el Papa Francisco dirigió a las familias-focolar a través de una larga carta. El 27 de octubre de 2024 en el Centro Mariápolis de Castel Gandolfo (Italia), Margaret Karram, presidenta de los Focolares, al reunirse precisamente con las familias-focolar jóvenes les leyó el mensaje que había recibido del Papa: una maravillosa sorpresa dirigida justamente a ellas. Las familias-focolar tienen la característica de que ambos cónyuges son focolarinos casados. En el mundo actualmente son 130 las jóvenes familias-focolar que se unen a las numerosas familias que viven la espiritualidad de la unidad que caracteriza al Movimiento de los Focolares.
El encuentro de octubre en Castel Gandolfo fue la última etapa de un itinerario de formación que, en seis etapas, se realizó en distintas regiones del mundo: Polonia, Filipinas, Líbano, Guatemala, Portugal. En la última participaron 55 familias provenientes de varios países.
En su extensa carta, el Papa explica que había sido informado “de la importante labor dentro del Movimiento a favor de las familias que han emprendido un singular camino de formación”. Y agradece a la presidenta “por hacerme partícipe de esta emocionante experiencia de fe vivida por numerosas parejas de distintas nacionalidades y expresiones religiosas. Me complace especialmente saber que llevan adelante con alegría su apostolado en diversos contextos humanos y sociales, esforzándose con gran pasión por crear armonía y concordia”.
El Papa Francisco pide además a Margaret Karram que haga llegar su cercanía espiritual a las familias, exhortando a cada una a ser “instrumento de amor, manifestando la riqueza de la fraternidad sincera y amorosa”. Un pensamiento lo dirige después a las familias en crisis “que han perdido el valor de custodiar la belleza del Sacramento recibido”, y también a los jóvenes para “no tener miedo del matrimonio ni de sus fragilidades”.
Significativa además, la fecha en la que el Papa quiso escribirla: 26 de julio de 2024, memoria de los santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María. Un gesto no casual para los destinatarios de la carta: las familias.
“Queridas familias, al volver a sus casas, reaviven el focolar doméstico con la oración constante; presten oído a la voz del Espíritu Santo que guía, ilumina y sostiene el camino de la vida; abran a los que llaman a la puerta para ser escuchados y consolados; ofrezcan siempre el vino de la alegría y compartan el buen pan de la comunión. La Sagrada Familia de Nazaret sea fuente de inspiración y de esperanza en los momentos de prueba, para que puedan ser en todo lugar artífices de unidad al servicio de la Iglesia y de la humanidad”.
Margaret Karram, concluyendo la lectura de la carta dijo: “la he leído muchas veces y realmente, al igual que a ustedes, me ha conmovido. Me dije: esto expresa un amor inmenso del Papa por ustedes, justamente por ustedes”.
Un preciado regalo que se extiende a todas las familias en el mundo, como una estrella cometa para el camino de cada uno.