1980 – Aquarell – Matterhorn mit Zermatt, Schweiz. http://www.klaus-hemmerle.de
«Durante estos paseos, recorría un camino ubicado a 1.250 metros de altitud, que gira alrededor de una cumbre. Se podía observar el valle y las cimas de las montañas. ¡Era hermoso! Pensaba que, de regreso a casa, pintaría todo aquello. Me detenía cada diez metros para fijar en mi alma una situación, una bella perspectiva. Y después de otros cinco metros, otra vista completamente distinta. Jamás en mi vida había observado con qué rapidez cambian las perspectivas. Y no era capaz de determinar cuál de ellas podía ser la más hermosa. Cada combinación, cada constelación era un evento distinto y una sorpresa nueva cada vez. Así vi el mundo de una forma completamente distinta. Vi un pedazo de cielo, y entendí que estas relaciones, este relacionarse de cada cosa con las otras, estos trazos en los que las líneas se dividen y luego se cruzan nuevamente, todo esto es realmente una plenitud infinita de todos los posibles encuentros de una sola y única realidad: esta montaña, esta otra montaña, esta otra y este valle. Pero siempre en nuevas perspectivas, por lo que no puedo decir: “Ésta es la perspectiva correcta y aquella otra no lo es”, sino que tengo que ir adelante, dejando que estas perspectivas y estas líneas distintas se encuentren. Así tengo que ver que en el único Dios en el que creemos, todas las realidades creadas, todas las personas creadas, todas las cosas, se topan allá para vivir un encuentro siempre nuevo y un siempre nuevo cruzarse, para crear múltiples bellezas que no se excluyen, sino que se incluyen recíprocamente y son un único encanto y un único canto de la Belleza. Entre nosotros sucede lo mismo: tengo que estar dispuesto a dejar un punto de vista y una perspectiva para poder adquirir otro. En Dios dejo una perspectiva, pero ésta permanece. De tal suerte que existe una simultaneidad que no me oprime con su universalidad, sino que es una única danza, un único encuentro, un único juego, un canto nuevo. Y pensé para mis adentros: aunque entre las Iglesias haya obstáculos y barreras, hay cosas que se contraponen y que deben ser vividas y sufridas para que puedan resolverse, hay también un encontrarse siempre nuevo de carismas, luz y gracia. […] Nosotros deberíamos permitir, el uno al otro, palpar un fragmento de ese infinito que posee el paraíso y de este juego celeste y trinitario de las relaciones recíprocas. Cuanto más nos encontramos en esta belleza, estamos el uno dentro del otro, y nos apreciamos recíprocamente, tanto más atraeremos sobre la tierra un fragmento de Paraíso. Un fragmento de la Jerusalén celestial aquí en medio nuestro, es un primer anticipo de lo que tendrá que desarrollarse. Naturalmente también me pregunté dónde de hecho se puede encontrar un punto en el que se encuentren todas estas líneas tan distintas, donde también las realidades de dolor y las contradicciones se crucen, donde alcanza un punto de encuentro incluso lo que no se puede resolver con una especie de síntesis hegeliana, o también, aquellas cosas que quedan ahí como un grito, y que sin embargo deben ser vividas y sostenidas. Descubrí que este punto de cruce es Jesús en su abandono: Él se hace contemporáneo con lo que no es contemporáneo, es aceptación y acuerdo de aquello que no se acepta y no se pacta, es convivir con aquello que resulta ser la muerte del uno por el otro. Esto, precisamente, no es una simple idea especulativa, sino que es una posibilidad de vivir y aceptar las tensiones y los dolores y todo lo que no es posible resolver».
Klaus Hemmerle Extraído del libro
Klaus Hemmerle, innamorato della Parola di Dio de Wilfried Hagermann, Città Nuova Ed. 2013, pagg. 297-98.
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