Familia y Eucaristía.

El don total de uno mismo de los cónyuges cristianos encuentra su inspiración y alimento perfectos en el don de la Eucaristía:
“Jesús llama a la puerta de la familia para compartir con ella la Cena Eucarística (cf. Ap 3:20). Allí, los recién casados siempre pueden sellar el convenio de Pascua que los unió y que refleja la Alianza que Dios selló con la Humanidad en la Cruz. La Eucaristía es el sacramento de la Nueva Alianza en la que se actualiza la acción redentora de Cristo (cf. Lc 22.20). Así es como podemos ver los profundos vínculos que existen entre la vida matrimonial y la Eucaristía. El alimento de la Eucaristía es la fuerza y el estímulo para vivir cada día el convenio matrimonial como “Iglesia doméstica” (AL 318).

La Eucaristía tiene entonces una profunda dimensión social, que requiere que las familias cristianas elijan un estilo de vida sobrio y solidario, sensible a las necesidades de sus hermanos y hermanas.
El Papa comenta un texto de San Pablo: capítulo 11 de la Primera Carta a los Corintios, del 17 al v. 34:
“… La celebración eucarística se convierte así en un llamamiento constante dirigido a cada uno para “examinarse a sí mismo”, con el fin de abrir las puertas de su familia a una mayor comunión con aquellos que son rechazados por la sociedad y, por lo tanto, recibir verdaderamente el sacramento del amor eucarístico que nos hace un solo cuerpo. No hay que olvidar que la ‘mística’ de la Santa Cena tiene un carácter social. Cuando los que se comunican no están de acuerdo en dejarse llevar por un compromiso con los pobres y el sufrimiento o el consentimiento a diferentes formas de división, desprecio e injusticia, la Eucaristía se recibe indignomente. En cambio, las familias que se alimentan de la Eucaristía con la disposición correcta refuerzan su deseo de fraternidad, su sentido social y su compromiso con los necesitados” (AL 186).