Acompañar y confiar en Dios

 
Testimonios simples de adultos mayores, que desde sus casas cumplen una tarea de atención y servicio al prójimo insustituible.

La despensa vacía

Soy Raúl, Voluntario de Chile desde hace muchísimos años. Estoy casado con Mercedes que, a raíz de una enfermedad degenerativa, se encuentra postrada en cama y sin poder hablar hace varios años. Para mí, ya era muy complicado moverme de casa y en el contexto de la actual pandemia es imposible por la restricción a salir de personas de mi edad, por el riesgo de contagio. Una mañana, después de escuchar mi misa diaria, quedé un momento con mi mente en blanco. Junto a mi cama tengo una foto grande de Chiara Lubich. Al mirarla me vino a la mente su vivencia en los primeros tiempos de los Focolares… eran tiempos de guerra y les faltaba todo, pero lo poco que les llegaba lo compartían con los más necesitados. Esa mañana, al mirar mi despensa, faltaban muchos alimentos y – guardando las proporciones – me pareció estar viviendo “tiempos de guerra”. De hecho, dos semanas antes había hecho el pedido y lo que se demoraba habitualmente dos días, aún no llegaba; sentí incertidumbre, pero me pregunté, ¿qué hacían Chiara y sus compañeras?, se lo confiaban todo a Jesús, y así hice también yo. Después de un rato, sonó el timbre: era el pedido. Bendito sea Dios.

R.Z. (Santiago, Chile)

En contacto con enfermos graves de Covid 19

Estoy participando del Programa de Acompañamiento Espiritual y Emocional, creado por el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Yo fui invitada de parte de un movimiento de la Iglesia cuyo carisma es ayudar al “buen morir”. Tengo la certeza de que esta tarea está iluminada por el Espíritu Santo. Acompañamos telefónicamente a enfermos y familias que padecen Covid-19.

Cuando me llegó la propuesta (a través de una amiga del focolar), me anoté sin pensarlo. Sin tomar conciencia de qué era. Fui transitando por distintos estadios: miedo, angustia de no saber qué hacer…

Fui asignada a un grupo y a un hospital. Mi primer llamado telefónico -y todos los que han seguido- fue una fuerte experiencia de recorrer juntos un tramo sagrado del “Santo Viaje”, del Amor de Dios, del amor a Jesús abandonado y crucificado, de encontrarme cara a cara con Él, aceptando también mis límites, es Él, quien transforma todo, basta que yo lo deje que me primeree.

Al fallecer una de las personas que acompañé, lo comenté en mi grupo con quien compartimos el ideal de la unidad, recé, busqué una meditación que me diera la fuerza y la seguridad de que Dios nos ama inmensamente. Debía comunicarme con la familia.

Me impresionó el amor que percibí, la fe, la esperanza, la seguridad de la familia de la existencia del Paraíso. A los dos días volví a comunicarme con ellos y organizamos -desde el aislamiento y por videollamada- una bella despedida. La esposa buscó fotos familiares, los hijos se acordaron de dichos graciosos, lloramos juntos…

Me sostiene una frase de Cecilia Perrín: “Tus caminos son una locura, rompen mi humanidad pero son los únicos que quiero recorrer”

M. B (Buenos Aires, Argentina)

Normas(500)