El lugar perfecto

 
Un testimonio que nos recuerda que la fraternidad universal, el mundo unido, lo construimos en el lugar que nos toca estar en el momento presente.

Después de más de 30 años de trabajar como docente en un colegio secundario, esperaba ansiosa mi jubilación. Pero cuando al fin llegó sentí que ya no tenía más el lugar donde concretar y transmitir el ideal de fraternidad universal que había abrazado desde mi adolescencia. Pero pronto me di cuenta que se me presentaba otro plan, un nuevo lugar donde hacer concreta la tensión hacia el mundo unido. Durante casi 4 años mi madre anciana con un importante deterioro cognitivo permaneció internada en un hogar, ya que no conocía, no caminaba y tampoco hablaba. Para mí fueron años muy difíciles. Me costaba mucho verla y no poder comunicarme. Cada día era un enorme esfuerzo. Pero poco a poco me di cuenta del por qué de lo que me tocaba vivir. Al llegar al hogar siempre trataba de recordarme el motivo de mi visita, repetía en mi interior “por ti Jesús”, y entraba dispuesta a amar cada situación que se presentase. Es así, que cuando el tiempo lo permitía, me sentaba con ella bajo los árboles y me llevaba a 4 o 5 abuelos en sus respectivas sillas, los escuchaba, los asistía en alguna urgencia, o estaba atenta para pedir asistencia cuando era necesario. Por ejemplo, había una abuela que lloraba siempre porque sus hijas no la visitaban, y como era italiana comencé a hablarle en su idioma y por un rato se divertía corrigiendo mis errores; otro abuelo tocaba la armónica, entonces le pedía que nos tocase algo y todos le hacíamos fiesta por cada pieza que ejecutaba. A otro se le rompió la radio, su único entretenimiento. Un grupo de amigos de mi esposo, con quienes comparte el deseo de crear un mundo más fraterno inmediatamente se pusieron manos a la obra y consiguieron una radio espectacular. Indescriptible su alegría. En el mes de marzo de este año partió. Nos quedó la pena de no haberlo despedido ya que había comenzado la pandemia y no se permitieron más visitas. Sin embargo teníamos la certeza plena que el Amor concreto que pudimos darle, no sólo con el obsequio material, sino también con el tiempo que compartimos con él charlando de fútbol, de política, de su trabajo cuando era joven, etc lo habían hecho sentirse querido, acompañado y comprendido.

Recuerdo que hace unos dos años se había formado una pareja. Cuando me anunciaron que se comprometerían (con anillos y todo) decidí hacerles una torta. ¡Estaban felices! Pusimos una mesita en el jardín del hogar, invitamos a otros abuelos, brindamos con naranjada y el abuelo de la armónica nos entretuvo con su música. Ella al poco tiempo partió pero me quedó una inmensa paz. Estela (así se llamaba) no había pasado a mi lado en vano. Fueron muchas las experiencias de este tipo. Pude constatar que cuando no nos quedamos encerrados en nuestro dolor y, a pesar de todo amamos a nuestros hermanos la paz llega indefectiblemente.

El 26 de agosto pasado, con casi 95 años mi mamá partió a la casa del Padre. Han sido innumerables los mensajes recibidos de las chicas que la atendían: de consuelo, de agradecimiento, de familia. Mirando hacia atrás veo claramente que el estado de mi mamá tenía un por qué: pude salir de mi misma y de mi dolor para llegar a los hermanos, en este caso, los más vulnerables. También comprendí que el lugar ya no es el colegio. Son todos los lugares donde haya alguien a quien amar.

María del C. Bernal de Etcheverry (La Plata, Argentina)

 

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