Chiara Lubich tenía una gran pasión: el estudio. Es muy conocido el episodio en el que deja sus libros en la buhardilla para seguir a Dios y al Movimiento que estaba naciendo. Pero el carisma a ella confiado estaba destinado a florecer también en el aspecto cultural, como lo demuestran no sólo los numerosos premios recibidos, sino los centenares de estudios publicados, y su influencia en numerosos campos de la cultura.
En 1990 nace la Escuela Abbá, un Centro de Estudios interdisciplinario desarrollado con la aportación del Obispo Klaus Hemmerle, conocido teólogo y filósofo, y de algunos focolarinos docentes del ámbito universitario. Tiene como finalidad la de profundizar en el Carisma de la Unidad desde varios puntos de vista.
Chiara Lubich el 9 de junio del 2000 decía:
“Desde los primeros tiempos de nuestro Movimiento siempre hemos tenido la conciencia de que el Carisma de la Unidad contiene una cultura propia, que es al mismo tiempo hija de la tradición cristiana, y nueva, por la luz que contiene el Carisma.
Pero ha sido el crecimiento del pueblo de la unidad, la expansión del Ideal fuera de las mismas estructuras del Movimiento de los Focolares, que ha puesto de relieve las características de esta cultura y que ha hecho necesario su estudio doctrinal: teológico, pero también filosófico, político, económico, psicológico, artístico, etc. Esto es lo que está haciendo lo que nosotros llamamos la Escuela Abbá.”
El Movimiento de los Focolares es una realidad espiritual que ilumina el mundo a su alrededor a través de las personas que lo integran, pero también en su conjunto. Y lo hace a través de inundaciones de luz -para usar una expresión de Juan Crisóstomo- con las cuales envía esta luz a los distintos aspectos de la cultura de hoy. Son inundaciones que sólo siguen siendo tales si están constantemente animadas, inundadas por la luz que proviene del don de Dios, so pena de recaer en el pensamiento o la acción puramente humanos.
Se producen por un diálogo muy particular: el diálogo con la cultura, un diálogo con los distintos campos del saber y de la vida humana, como el de la política, la economía, la sociología, las ciencias humanas y naturales, el deporte, la comunicación, la educación, la psicología, la filosofía, el arte, la salud y la ecología, el derecho, entre otros.
Chiara Lubich habló en bastantes ocasiones sobre este diálogo con la cultura y sus varios ámbitos, como en el mensaje que a continuación reproducimos en parte, en el Voluntarifest celebrado en Budapest en septiembre de 2006:
“En el ámbito económico, por ejemplo, nuestro carisma -por el amor recíproco que difunde entre todos- provoca espontáneamente, entre quienes lo viven, una comunión de bienes a nivel mundial, que emula la de los primeros cristianos de quienes está escrito que «Ninguno padecía necesidad» (Hch 4,34). Con esta finalidad que nació el proyecto de una Economía de comunión, en la libertad, naturalmente, que es puesta en práctica por unas 800 empresas en las cuales 1/3 de las utilidades se destina a los indigentes.
Cuando Jesús tome en sus manos las redes del mundo económico –y esto sucederá a medida que se multipliquen aquellos que, sabiamente, ponen la propia humanidad a su disposición- podremos ver florecer la justicia y asistir a esa masiva distribución de los bienes que el mundo necesita con urgencia.
En el campo de las comunicaciones, siempre nos pareció un signo de la providencia de Dios el actual desarrollo de los potentes medios de comunicación social, que favorecen la unidad de la familia humana.
Pero es evidente que estos medios por sí solos no son suficientes para unir a los pueblos y a las personas. Es necesario que sean puestos al servicio del bien común y que quienes los usan estén animados por el amor.
Y es en este punto que nuestro carisma tiene mucho que decir, que dar, porque difunde el amor verdadero en los corazones, enseña el arte de comunicar, que es el arte del «no ser» para saber recibir (acoger al otro, las noticias, todo) y también para saber dar (hablar, escribir en el momento y en el modo más oportuno) siendo el amor.
Y con esto se crea distribución, participación, comunión.
Cuando los profesionales de la comunicación hagan callar su yo para dejar espacio al Espíritu de Dios en ellos, los medios de comunicación demostrarán su capacidad de multiplicar el bien hasta el infinito y sus operadores realizarán su vocación de ser instrumentos de unidad al servicio de toda la humanidad.
Y con respecto al ámbito de la política: el carisma de la unidad lo ilumina más que a ningún otro campo.
¿Acaso no es tarea de la política lograr componer en unidad, en la armonía de un único proyecto, la multiplicidad, las legítimas aspiraciones de los integrantes de la sociedad? Y el político, por su función de «mediador» entre las partes sociales, ¿no tendría que sobresalir en el arte del diálogo y de la identificación con todos?
Nuestra espiritualidad, que es eminentemente colectiva, enseña este arte que es el arte de amar hasta el punto de generar la unidad.
Los políticos que la viven, sean del partido que sean, eligen anteponer el amor entre ellos a cualquier otro compromiso o interés, y haciendo así pueden establecer, no sin esfuerzo, la presencia de Jesús en medio de ellos.
Y Jesús, que es luz para el mundo, valoriza todo lo verdadero que puede haber en los distintos puntos de vista, e ilumina, evidencia el bien común y da la fuerza para perseguirlo.
La experiencia de nuestro Movimiento Político por la Unidad lo atestigua, como está sucediendo en Europa y en varios países de América Latina.
Pero el bien que surgirá de este carisma será todavía mayor cuando muchos políticos tengan el coraje de poner sus personas, y las facultades que les han sido conferidas, al servicio del fin último que es Dios.
Entonces sí que podremos tener la esperanza de ver la realización de ese amor recíproco entre los pueblos que trae consigo la paz y la solución de muchos problemas que todavía hoy oprimen a la humanidad.
Estos son algunos ejemplos, que se podrían extender a otros campos”.