Congreso mundial de movimientos y realidades eclesiales

 
Celebrado del 20 al 22 de noviembre en el Vaticano bajo el título “La alegría del Evangelio: una alegría misionera”.

Tras los encuentros promovidos por Juan Pablo II en 1998 y Benedicto XVI en 2006, el Consejo Pontificio para los Laicos ha organizado el III Congreso Mundial de Movimientos y Realidades Eclesiales, que ha reunido a representantes de cien movimientos y nuevas comunidades de cuarenta países.

Papa Francisco les acogió en la Sala Clementina y dirigió unas palabras el 22 de noviembre. Las reproduci20111118-01mos a continuación:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Os recibo con placer con motivo del Congreso que estáis celebrando con el apoyo del Consejo Pontifico de Laicos. También agradezco al cardenal Rylko por sus palabras y a mons. Clemens. En estos días el centro de vuestra atención son dos elementos esenciales de la vida cristiana: la conversión y la misión, que están íntimamente unidos. De hecho, sin una auténtica conversión del corazón y de la mente no se puede anunciar el Evangelio, pero si no nos abrimos a la misión no es posible la conversión y la fe se torna estéril. Los Movimientos y las Nuevas Comunidades que representáis ya están en su fase de madurez eclesial, que requiere una actitud vigilante de conversión permanente, a fin de hacer cada vez más vivo y fecundo el empuje evangelizador. Por eso deseo ofreceros unas sugerencias para vuestro camino de fe y de vida eclesial.

1. Antes que nada es necesario preservar la frescura del carisma: ¡que no se estropee esa frescura! ¡Frescura del carisma! Renovando siempre el «primer amor» (cf. Ap 2,4). Con el tiempo crece la tentación de conformarse, de encuadrase en esquemas que dan seguridad, pero estériles. La tentación de enjaular al Espíritu. ¡Es una tentación! Pero «la realidad es más grande que la idea» (cfr Exhort. ap. Evangelii gaudium, 231-233); si bien es necesaria cierta institucionalización del carisma para que sobreviva, no hay que engañarse con que las estructuras externas garanticen la acción del Espíritu Santo. La novedad de vuestras experiencias no está en los métodos ni en las formas, que si bien son importantes, sino en la disposición a responder con entusiasmo renovado a la llamada del Señor: ese coraje evangélico es lo que ha permitido que nacieran vuestros movimientos y nuevas comunidades. Si valoramos las formas y los métodos por sí mismos se vuelven ideológicos, distantes de la realidad, que evoluciona constantemente; de espaldas a la novedad del Espíritu, acabarán sofocando el mismo carisma que los ha generado. Siempre hay que volver a las fuentes de los carismas y hallaréis el empuje para afrontar los retos. No habéis hecho una escuela de espiritualidad así; no habéis hecho una institución de espiritualidad así; no tenéis un grupito… ¡No! ¡Movimiento! Siempre en camino, siempre en movimiento, siempre abierto a las sorpresas del dios, que llegan en sintonía con la llamada del movimiento, ese carisma fundamental.

2014FrancescoMovEcclesiali2. Otra cuestión tiene que ver con el modo de acoger y acompañar a los hombres de nuestro tiempo, en particular los jóvenes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 105-106). Formamos parte de una humanidad herida -¡hay que decirlo!- en la que todas las agencias educativas, especialmente la más importante, la familia, tienen graves dificultades en todo el mundo. El hombre de hoy vive serios problemas de identidad y tienen dificultades para realizar sus opciones. Por eso tiene predisposición a dejarse condicionar, a delegar en otros las decisiones importantes de la vida. Hay que resistir a la tentación de invadir la libertad de las personas y dirigirlas sin esperar a que maduren realmente. Cada apersona tiene su tiempo, camina a su manera y tenemos que acompañarlas en ese camino. Un progreso moral o espiritual que se obtiene a partir de la inmadurez de la gente es un éxito aparente, destinado a naufragar. ¡Mejor pocos, pero que no vayan buscando el espectáculo! La educación cristiana, en cambio, requiere un acompañamiento paciente que sepa esperar los tiempos de cada uno, como el Señor hace con cada uno de nosotros. ¡El Señor tiene paciencia con nosotros! La paciencia es el único camino para amar de verdad y conducir a las personas a una realización sincera con el Señor.

3.   Otra indicación es la de no olvidarse que el bien más precioso, el sello del Espíritu Santo, es la comunión. Se trata de la gracia suprema que Jesús conquistó en la cruz para nosotros, la gracia al resucitar pide para nosotros incesantemente, mostrando sus llagas gloriosas al Padre: «Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). Para que el mundo crea Jesús el Señor tiene que ver la comunión entre los cristianos, pero si ve divisiones, revalidad y maledicencia, el terrorismo del parloteo… Por favor, si ve estas cosas, sea cual sea la causa, ¿cómo se puede evangelizar? Recordad este otro principio: «La unidad prevalece por encima del conflicto (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-230), porque el hermano vale más que nuestra posición personal. Cristo derramó su sangre por él (cf. 1 Pe 1,18-19), ¡por mis ideas no derramó nada! Además, en un movimiento o en una nueva comunidad no puede haber verdadera comunión si no se integra en la comunión más amplia que es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. El todo es superior a la parte (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 234-237) y la parte tiene sentido en relación al todo. Por otra parte, la comunión también consiste en afrontar juntos y unidos las cuestiones importantes, como la vida, la familia, la paz, la lucha contra la pobreza en todas sus formas, la libertad religiosa y de educación. En particular, los movimientos y comunidades están llamados a colaborar para ayudar a curar las heridas producidas por una mentalidad globalizada que sitúa el consumo en el centro, olvidando a Dios y los valores esenciales de la existencia.

201411RylkoMoránAmirantePara alcanzar la madurez eclesial, pues, mantened, lo repito, la frescura del carisma, respetad la libertad de las personas y buscad siempre la comunión. Pero no olvidéis que, para alcanzar esta meta, la conversión de ser misionera: la fuerza de superar tentaciones e insuficiencias viene de la profunda alegría de anunciar el Evangelio, que es la base de todos vuestros carismas. De hecho, «cuando la Iglesia llama a comprometerse en la evangelización, no hace sino indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal» (Exhrt. ap. Evangelii gaudium, 10), la verdadera motivación para renovar la propia vida, porque la misión es participación en la misión de Cristo, que siempre nos precede y nos acompaña en la evangelización.

Queridos hermanos y hermanas, habéis dado muchos frutos a la Iglesia y al mundo entero, pero podéis dar todavía más grandes con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre suscita y renueva dones y carismas, y con la intercesión de María, que no cesa de socorrer u acompañar a sus hijos. Seguid adelante, siempre en movimiento… ¡No os paréis nunca! ¡Siempre en movimiento! Os aseguro mi oración y os pido que recéis por mí –me hace falta, de verdad– y os bendigo de corazón

(Aplausos)

Ahora os pido, todos juntos, que recemos a la Virgen, que ha experimentado la vivencia de conservar siempre la frescura del primer encuentro con Dios, de ir adelante con la humildad, pero siempre encamino, respetando el tiempo de las personas. Y luego, no cansarse nunca de tener este corazón misionero.

 

 

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