Paulo VIa eta Chiara Lubich

 
Emakume batengan seinaleak irakurtzen jakin zuen gizona. Lucetta Scaraffiaren artikulua L'Osservatore Romanon argitaratua.
Lucetta Scaraffia es periodista y corresponsable de Mujeres, Iglesia, Mundo, el suplemento mensual femenino que L’Osservatore Romano, además de profesora de Historia Contemporánea en la Universidad La Sapienza de Roma. Artículo original en italiano: L’uomo che seppe leggere i segni di una donna.

Libro_PaoloVI_ChiaraLubich Una página importante en la historia del Movimiento de los Focolares, y al mismo tiempo del pontificado de Montini, la narra un libro: Paolo VI e Chiara Lubich: la profezia di una Chiesa che si fa dialogo, Roma, Ediciones Studium, 2015, p. 224. Recoge las intervenciones de un congreso realizado en 2014 sobre la intensa y fructífera relación que unió a la fundadora Chiara Lubich y Pablo VI desde que Montini era sustituto, que luego continuó, aunque de forma menos intensa, durante su episcopado milanés. El encuentro se produjo gracias a la mediación de una de la primeras compañeras de Chiara, Eli Folonari, amiga de familia de los Montini, y enseguida dio un giro positivo dado que el prelado captó inmediatamente la importancia y la creatividad del nuevo modo de ser cristiano que proponía la joven trentina. La relación se vio reforzada por la adhesión al Movimiento de Igino Giordani, amigo de Montini.

En 1967 Lubich, durante una reunión privada con Pablo VI, recibió la consigna de que el Movimiento mantuviera relación con las Iglesias ortodoxas. En esta fase, la presencia e incansable actividad de muchos focolarinos para tejer lazos de amistad, momentos comunes de oración y acciones caritativas, logró que este acercamiento no fuese solo una operación en el vértice, una cuestión teológica y de política religiosa, sino el nacimiento de nueva y auténtica amistad espiritual. Pablo VI lo entendía muy bien, tanto que llegó a hablar de «acercamiento ecuménico auténtico». Así explica los motivos de su confianza: «También ellos han de saber que este movimiento conducido con lealtad, sin pretender quemar etapas, sino procurando de verdad hallar una amistad, permite resolver también las cuestiones reales teológicas para crecer en unidad. Nos da mucho agrado y merece nuestro apoyo y nuestra bendición».

Pablo VI desempeñó un papel decisivo con su apoyo a la Obra de María, el conjunto de las iniciativas focolarinas, que precisamente de él recibió el 5 de diciembre de 1964, la aprobación definitiva. Montini había guiado durante años a Chiara por el difícil trayecto que llevaba a obtener el reconocimiento eclesiástico de un grupo tan original, gravado en el corazón por una intuición mística —«el Cristo entre nosotros»— y con la finalidad de la unidad. Un grupo reunido entorno a Chiara que, empezando por unas muchachas trentinas, se había ampliado hasta acoger también a hombres e incluso sacerdotes, laicos consagrados y también parejas de cónyuges, personas de procedencia social muy diversa, de distintas profesiones, provenientes de geografías variadas, que se mantenían juntos por el carisma de la unidad. lubich_paolo_viSe comprende que esta novísima constelación podía suscitar en la Iglesia muchas y profundas perplejidades: se le reprochaba cierta exaltación colectiva, una familiaridad excesiva entre ambos sexos, una infravaloración de los efectos del pecado original, un pseudo misticismo naturalista y otras objeciones de este tipo. De hecho se llegó a la decisión de disolver el movimiento. Por un lado, la humildad de Chiara, que interpretaba todos los obstáculos como una invitación a la purificación y a mejorar, y por otro lado, la constante ayuda de Montini, consiguieron darle la vuelta a la situación, llegando así a una solución positiva.

Mas ¿cómo realizar la unidad entre las distintas ramificaciones —masculina, femenina, casados y sacerdotes— que se estaban delineando? ¿Cómo codificar una regla surgida de la experiencia y «dictada popo a poco por la vida»? Chiara parangona la constitución de la Obra a una criatura cuando nace: «Nace así, sin carnet de identidad. Luego, cuando crece, se hace el carnet de identidad a partir de la persona». La solución que garantizaría la unidad se halló con la creación de un consejo directivo de laicos, encargado de coordinar las iniciativas. Más tarde se decidiría que la presidencia de tal consejo la ejercería siempre una mujer, acompañada por una figura masculina de vicepresidente.

Leyendo estos ensayos uno percibe la singularidad de este movimiento y la gran atracción que ejerció sobre Montini, que leía con emoción los signos de la acción del Espíritu en una dirección completamente nueva, nunca antes experimentada en la Iglesia. Pero ninguno de ellos destaca el tema femenino: el movimiento nace de imitar a María en su relación con Jesús, de un grupo de chicas laicas, y de una líder femenina. Aun los sacerdotes que forman parte de él aceptan esta jerarquía «revolucionaria», que hace de los focolarinos un movimiento de vanguardia en lo que respecta a la posición de la mujer en la Iglesia. Lubich, de hecho, con su mirada profética, desde muy temprano pensó en una colaboración entre mujeres y hombres, que no dejaba a las primeras en un lugar subordinado, sino en el vértice de los proyectos e iniciativas. El primer paso de una revolución que ha de llegar y es necesaria.

Lucetta Scaraffia

Traducción de Javier Rubio.

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