Para las personas que han adherido al Movimiento de los Focolares el diálogo no es algo que permanece en el ámbito de lo opinable. Con sólo recorrer las etapas de su desarrollo (ver la cronología), se intuye que el Movimiento no fue planificado alrededor de una mesa, sino que surgió por una inspiración carismática que el Espíritu quiso conceder a una joven mujer de Trento. Desde los primeros años, numerosos episodios acaecidos a Chiara Lubich y a sus primeras compañeras, indicaban una vía de acogida total al otro, fuese quien fuese. Y la acogida es el primer paso para dialogar.
Viendo la difusión del Movimiento en el mundo, viene en evidencia que el rápido desarrollo del espíritu de unidad no se puede atribuir únicamente a palabras pronunciadas cara a cara, por micrófono o por radio, para abrir nuevos frentes, sino al amor vivido según el arte de amar que Chiara siempre propuso como sólo y único “método” de difusión, el “hacerse uno”. Se trata de un neologismo tomado de San Pablo («me he hecho todo a todos») que en el Movimiento ha significado siempre el único “método” de expansión, la vía principal de evangelización.
Observando la amplitud de la difusión del Movimiento, sin duda se puede comprender como la espiritualidad de la unidad haya conquistado los corazones y las almas de personas de todas las categorías sociales para su irresistible apertura a la humanidad y a sus necesidades. Una apertura que se expresa en primer lugar con una actitud de diálogo en todos los campos, en todos los tiempos y lugares.
Por lo tanto, el diálogo en los Focolares se entiende en el sentido más fuerte, evangélico, que no cambia la propia identidad para llegar a compromisos, sino precisamente por la identidad que ha alcanzado puede permitirse acercarse a “quien es distinto” con espíritu abierto. En fin, ni relativismo, ni irenismo y ni siquiera sincretismo.
Chiara, el 24 de enero de 2002 en Asís, invitada a hablar en nombre de la Iglesia católica junto con Andrea Riccardi sobre lo ocurrido después de la caída de las Torres Gemelas, ante el Papa y las mayores autoridades religiosas mundiales, quiso subrayar que la posición de la Iglesia es de “absoluto diálogo”. Y recordó sus cuatro diálogos: dentro de la propia Iglesia, el ecumenismo, la relación con fieles de otras religiones, el contacto con quien no tiene un credo religioso. Son precisamente estos cuatro diálogos que la Iglesia católica ha identificado como vías para la relación con la humanidad en sus distintas realidades, en el Vaticano II y en la encíclica de Pablo VI Ecclesiam suam.
Chiara escribió en 1991: «Jesús considera como aliados y amigos a todos los hombres que luchan contra el mal y trabajan, muchas veces sin darse cuenta, para que se realice el Reino de Dios. Jesús nos pide un amor capaz de volverse diálogo, es decir, un amor que, lejos de encerrarse orgullosamente en su propio recinto, sepa abrirse a todos y colaborar con las personas de buena voluntad para construir juntos la paz y la unidad en el mundo. Tratemos por lo tanto de abrir los ojos hacia los prójimos que encontramos para admirar el bien que obran, sean cuales sean sus convicciones, para sentirnos solidarios con ellos y animarnos recíprocamente en el camino de la justicia y del amor ».