La espiritualidad enunciada por Chiara Lubich a los largo de los años, ha sido definida como una espiritualidad “colectiva” o, mejor dicho, “comunitaria”, es decir en función de la unidad, del “que todos sean uno” (Jn 17,21).
Dicha espiritualidad se desarrolla en doce puntos, entrelazados uno en el otro.
- Dios Amor;
- la Voluntad de Dios;
- la Palabra;
- el hermano;
- el amor recíproco;
- Jesús Eucaristía;
- la unidad;
- Jesús abandonado
- María;
- la Iglesia;
- el Espíritu Santo
- Jesús en medio.
La espiritualidad de la unidad de Chiara, en cada uno de sus puntos, no es la formulación de un proyecto madurado en su mente, de una reflexión, de un aspecto de la teología espiritual. Se trata más bien de algo que suscita la vida, de una espiritualidad que requiere una inmediata adhesión, decidida y concreta. En la riqueza de la historia de la Iglesia, de sus miembros, de sus santos y de sus comunidades, existe una característica constante: es la persona que camina de manera individual hacia Dios. Esto también es así en la espiritualidad de la unidad, en el sentido de que la experiencia que el individuo hace con Dios es única e irrepetible. Sin embargo, junto a esta indispensable experiencia espiritual personal, la espiritualidad que contiene el carisma de la unidad, confiado por el Espíritu a Chiara, acentúa la dimensión comunitaria de la vida cristiana. No es, en absoluto, una novedad, ya que el Evangelio es eminentemente comunitario. Existen en el pasado experiencias que subrayan este aspecto colectivo de la peregrinación hacia Dios, sobre todo en las espiritualidades que ponían el amor como base de la vida espiritual, como por ejemplo, San Basilio y sus comunidades.
La espiritualidad de Chiara Lubich conlleva una forma original, comunitaria, de ir hacia Dios: ser uno en Cristo, según las palabras del Evangelio de Juan: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, así estén también ellos en nosotros” (Jn. 17, 21). En Chiara esta frase se convierte en un estilo de vida.
Una “espiritualidad comunitaria” había sido augurada para nuestra época por teólogos contemporáneos y a ella se refiere el Concilio Vaticano II. Karl Rahner, por ejemplo, hablando de la espiritualidad de la Iglesia del futuro, la veía en la «comunión fraterna en la que sea posible hacer la misma experiencia fundamental del Espíritu». El Vaticano II, orienta su atención sobre la Iglesia como cuerpo de Cristo y pueblo reunido en el vínculo del amor de la Trinidad.
Si Santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, hablaba de un “castillo interior”, la espiritualidad de la unidad contribuye a edificar también un “castillo exterior”, donde Cristo esté presente e ilumine todas sus partes.