Escuchar…

 
A veces, ante situaciones que nos toca vivir, no podemos hacer mucho... sólo escuchar sin prejuicios y dar lo que el otro necesita, como nos invita la Palabra de Vida de enero.

Eran las primeras horas de la mañana y estaba haciendo una evaluación que tenía que presentar esa noche en la facultad. Afuera llovía a cántaros; de pronto oí gritos de alguien que se quejaba. Veo en la vereda de enfrente a una joven sentada y descalza.

835DFCE27Yo estaba sola y no sabía qué hacer. Pasaban autos y nadie paraba. La chica comenzó a caminar e ir de un lado a otro, se paró en la boca de tormenta y abrió los brazos al cielo. Gritaba, pero no sabía qué decía. Corría peligro de que la llevara por delante un auto, todos la esquivaban. Luego se acercó al árbol que está en la vereda de casa, se sentó y parecía que lloraba. Yo estaba inmóvil.

Llamé a diferentes teléfonos de urgencias. Les pedí el teléfono de la comisaria de la mujer. Hablé con ellos y me dijeron que mandarían un patrullero. Llegó, pero sólo bajaron el vidrio de la ventanilla de la camioneta, hablaron con ella y se fueron.

Esa joven, algo más de 20 años; me recordó a mi mamá en sus crisis de esquizofrenia. La miraba con miedo y me removió todo dentro, pero al mismo tiempo sentía en mi alma que debía hacer algo. Por otro lado tenía que terminar mi examen y no quería mojarme.

Finalmente decidí acercarme. Ella gritaba, deliraba. Con dulzura le pregunté su nombre y me dijo que era hermana de alguien que estaba en Catamarca, que se había enterado que estaba mal y que tenía que llegar allá. Pero al mismo tiempo me decía: “soy de la calle, nadie me quiere, somos segregados por la sociedad, a nadie le importa”. “Yo estoy acá y a mí sí me importa”, le dije. Pero siguió gritando.

Su aliento indicaba que había estado bebiendo alcohol. No me decía su nombre y tampoco en qué podía ayudarla. Sólo “gracias por acercarte”, y seguía gritando y delirando.

Sólo la miraba como lo haría Jesús y con mis ojos le decía que la amaba. Le pedí si podía abrazarla; aceptó y me dijo: “mi nombre es María Belén”. Mi corazón latía a mil y sentía en ella a mi madre.

Fue muy fuerte esa situación, creí que me descomponía. Le ofrecí tomar o comer algo y no quiso. Me decía que había tomado mucho.

Le pregunté a dónde iba y me contestó que a Itapé; le indiqué cómo tenía que hacer para llegar. Se había calmado; me preguntó el nombre, extendió la mano y me dijo: “eres muy buena”.

Continuó diciéndome que vivía en la calle pero que no era de este lugar. Conociendo la experiencia de mi madre, sé que es muy difícil saber si lo que dicen es la verdad o si están ubicados en tiempo y espacio.

caminarenlalluviaTenía también los pies muy fríos. Me saqué las zapatillas y las medias y se las di. Eran de su talle. Me vino a la mente cuando Jesús lavó los pies a sus amigos y su “a mí me lo hiciste”. Mi serenidad era rara, mezcla de mi humanidad y de la presencia de Jesús en mí.

La acompañé unos pasos, se serenó y siguió su camino. “No estás sola –alcanzo a decirle – Jesús está dentro de vos, aunque no lo veas”, y le puse mi mano a la altura de su mentón.

Entré descalza a casa y toda sacudida por dentro, shockeada porque supe y sé que era Jesús quien me había visitado.

M.Z.(Entre Ríos, Argentina)

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