En una habitación de sanatorio

 
Estando internado también se puede amar al prójimo.
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“Mi compañero de habitación no cesaba de quejarse…”

Jorge ya debe hacer varios años que está jubilado. Pero no lo demuestra ya que con espíritu juvenil y emprendedor no le faltan proyectos. Es alto, corpulento e impone respeto, aún si sabe hacerse niño, hermano, para generar comunidad. Es lo que sucede con “Fraternidad para una vida digna” el proyecto en marcha en su Cañada de Gómez (Santa Fe, Argentina), donde se proponen construir 14 casas y un salón comunitario. En esa tarea no se da descanso… salvo hace unos meses que tuvo una internación por un problema coronario. “El primer día, en terapia, me atendieron muy bien con todo tipo de estudios y un cuidado y trato muy amable de los médicos y enfermeras -dice-. Pero cuando al día siguiente me pasaron a sala, recibí por contraste una impresión desagradable. El sanatorio hacía poco había inaugurado un pabellón nuevo de internación y me había hecho la idea que iría allí. Pero la habitación que me tocó estaba en la parte antigua y no me agradó mucho. En la misma había tres camas, una vacía y en la otra un señor operado, y con aspecto tosco, que no cesaba de quejarse en voz alta. Lo primero que pensé fue: ‘¡sonamos, esta noche no voy a poder dormir!’. En síntesis, tenía un sentimiento de estar en el lugar equivocado, lejos de mi realidad cotidiana. Reponiéndome del primer impacto, y con un reproche a mi mismo, oré por el paciente que seguía quejándose fuertemente. Era todo lo que podía hacer por él en ese momento, como yo podía amarlo además de soportar pacientemente. Había pasado el mediodía, las enfermeras atendieron al quejoso y al rato se durmió. Me dije: voy a tratar de dormir yo también porque quien sabe si de noche podré hacerlo.

Lo curioso fue que luego de la siesta no se quejó nunca más. Y como él había alquilado la TV, puso el partido de fútbol e hizo inclinar la pantalla de modo que Betty (mi esposa, que me acompañaba en ese momento) y yo pudiéramos ver mejor. Luego, si bien nos cruzamos pocas palabras fue como que se generó un relación tácita, incluso uno de mis nietos que había venido a visitarme ayudó a las enfermeras a trasladarlo de la camilla en que lo habían llevado para hacerle un estudio, a su cama.

Cuando el domingo a media mañana me dieron el alta me despedí con un apretón de manos y le auguré que la prótesis de cadera le iba a funcionar muy bien y que pronto podría caminar sin dificultades. Me correspondió con una sonrisa y me agradeció.

Y yo agradezco a Dios que me permitió hacer esta experiencia de humildad”.

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