Semana Mundo Unido: puentes de fraternidad en Ecuador

 
La semana del Mundo Unido tiene su centro en Ecuador, en el encuentro entre culturas. El enviado especial de Ciudad Nueva entrega un relato en contacto con las distintas comunidades con las que entra en contacto.

Estamos promediando nuestra aventura ecuatoriana. Partimos de Bagnos hacia Ambato en la provincia de Tunguarahua. Allí, a 12 kilómetros, está la comunidad Kisapincha, que nos espera para compartir con nosotros sus costumbres, sus tradiciones.

Apenas llegamos a Ambato, enseguida percibimos que estamos en un lugar y en un momento especial. En la plaza del pueblo está el mercado semanal. Niños, jóvenes, adultos y ancianos con vestidos típicos, que comparten los productos de su tierra. En medio de ese maravilloso festival de colores y sabores, está Estefanía, una chica de 21 años dedicada a la promoción de la cultura de su pueblo. Nos muestra con orgullo su vestido: una camisa blanca con bordados y en el centro la estrella andina, un chal rojo con un alfiler (tupuchi) que simboliza la pertenencia a la comunidad, una cinta ornamental y una pollera negra. Una mezcla de elegancia, sobriedad y osadía.

Con ella y con sus amigos, vamos hacia la “Unidad educativa del milenio”, una escuela Kisampincha que tiene como objetivo la interculturalidad. El director nos cuenta que la “escuela recibe chicos de los 5 a los 17 años. Nuestro objetivo es promover el conocimiento de los propios orígenes en una perspectiva de interculturalidad. Por eso, por ejemplo utilizamos tres lenguas: el Kichwa (lengua madre de los pueblos originarios), el español y el inglés. 1462348846Además, los niños aprenden desde chicos la importancia de la vida comunitaria. La integración y la inclusión son esenciales y parte de los programas educativos. Actualmente, en nuestros programas trabajan 38 docentes, 130 estudiantes y 520 padres”.

Partimos para la segunda etapa de nuestro viaje. Destino: Pucara, donde nos espera un “guaca” (lugar sagrado). Una suave llovizna acompaña nuestro viaje. Estamos por bajar del colectivo pero nos espera una sorpresa: al no ser miembros de la comunidad Kisapincha, tenemos que hacernos reconocer por la Tierra y hacernos aceptar por ella. Por eso, tendremos que dar tres vueltas al “guaca”. Nos parece una hermosa ocasión para poder compartir las costumbres de este pueblo. Aceptamos gustosos. Al terminar las tres vueltas, un rayo de sol ilumina la plaza. Nuestros amigos sonríen: “La Tierra los ha reconocido y recibido. ¡Ahora podemos festejar!”

También el almuerzo es una experiencia extraordinaria: en el centro de la sala hay una mesa sobre la que fueron preparados los platos típicos. De pie, alrededor de la mesa, comemos caminando. También el almuerzo se convierte en un momento de fraternidad.

Volvemos a partir y esta vez nos espera un viaje de algunas horas. Durante el viaje no faltan oportunidades para conocer más a mis compañeros de viaje. Edward, filipino, cuenta: “Durante el último tsunami vi caer todo a mi alrededor. En pocas horas, todo lo que apreciaba desapareció. Muchas personas murieron y creía que también yo moriría. Cuando todo terminó, comprendí que para mí había empezado una segunda vida. Se me dio otra oportunidad. Por eso quise donar un año de mi vida para los demás. Y este año cambió la perspectiva de mi vida. Ahora me siento más hombre, más completo. Comprendí que quiero vivir mi vida amando a las personas que pasan a mi lado”.

IMG_9511-300x300Sirángelo, brasileño, me cuenta que llegó a Ecuador hace dos meses: “Cuando fue el terremoto, sentí algo dentro de mí. Era un grito: el grito de las personas que estaban sufriendo. A medida que llegaban las noticias, se comprendía siempre más claramente que era una tragedia: casi mil muertos, decenas de miles de evacuados… Decidí ir a los lugares más golpeados para ponerme al servicio de los otros. Allí me pidieron que escuchara a las personas, centenares de personas cada día. Durante una semana escuché historias y, cada vez, tenía que hacer un vacío dentro de mí para acoger hasta el fondo todo el dolor y el sufrimiento de quien estaba conmigo. Un día vi a seis niños sentados en el piso. Eran niños pero tenían la cara de adultos, marcada por el sufrimiento. Tenían la mirada perdida en el vacío. Tenía que hacer algo. Me puse a jugar con ellos, poco a poco se fueron acercando… Al final, volvieron a sonreír. Durante los días siguientes vinieron a visitarme también los padres para poder hablar y compartir su dolor. Lamentablemente después de una semana tuve que volver a mi trabajo habitual. Pero volveré porque siento que no quiero quedarme tranquilo sabiendo que hay personas que necesitan amor concreto”.

El viaje sigue y el paisaje es maravilloso. A nuestro alrededor una “alfombra verde” que se extiende kilómetros y kilómetros, pero después, en medio del verde y de las nubes, aparece el volcán Chimburasa que se levanta majestuosamente. Nos detenemos porque el espectáculo es digno de ser contemplado. Y allí, en medio del prado, admirando uno de los espectáculos más hermosos del mundo, me doy cuenta que la naturaleza realmente hace cosas maravillosas. Nos encontramos jugando y festejando como niños. Selfies, fotos de grupo, risas, carreras… Me vienen a la mente las palabras de Catalina que días pasados nos había dicho: “En la tradición ecuatoriana, más aumenta la relación con la naturaleza, más aumenta la relación entre los hombres”.

Llegamos a Salinas, a 3500 metros sobre el nivel del mar, encontramos a algunos jóvenes que nos cuentan la intuición del padre Antonio Polo: “Hoy, 28 empresas locales viven una realidad de economía solidaria”. Ana Rosa nos presenta el centro juvenil: “La idea es la de crear un espacio de diálogo, para compartir, donde todos puedan experimentar la comunidad”. El momento más fuerte es cuando nos pasan unas fotos de las actividades que organizan: actividades simples y otras complejas, todas tendientes a la socialización y al compartir, a crear una cultura de la comunidad y de la solidaridad, a experimentar una realidad colectiva y de familia.

Francisco Ricciardi

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